Caetano, Gerardo La República Batllista Ediciones de la Banda
Oriental Uruguay, 2011
“El reformismo primero había sufrido el freno imperial en 1911,
luego el freno financiero en 1913-1914, y ahora, el freno político,
la derrota del 30 de julio (de 1916). Este había sido el más
completo, el de mayor trascendencia para el futuro, no solo por la
amplitud de un espectro que reunió a toda la oposición social más
toda la política, sino también por el flanco débil que había
revelado el batllismo: su incapacidad para responder sin fisuras y
con coherencia al fuerte anhelo popular de una verdadera democracia
política. (…) Así, a la república reformista sucedió la
república democrática y conservadora. (…) Si las clases
conservadoras no recurrieron a la fuerza fue porque ganaron las
elecciones a través del sistema de partidos existentes, (lo) que les
permitió frenar legalmente al batllismo” (Barrán, J; Nahum, B.
Batlle, los estancieros y el imperio británico. Tomo 8. La
derrota del Batllismo (1916). Montevideo, EBO, 1987, pp. 125 y
126; en p. 99)
“En julio de 1930, en vísperas del centenario de la jura de la
Constitución y de la iniciación del Primer Campeonato Mundial de
Fútbol, celebrado en Montevideo, el periódico conservador ‘La
Tribuna Popular’ se quejaba amargamente de lo que consideraba como
el imperio ‘de la escuela política frente a la escuela
pública’: ‘Se piden escuelas (…) y nuestros políticos
entienden las cosas al revés, desviando los dineros para el jolgorio
colectivo. País del analfabetismo y del puntapié. Ingentes
cantidades de dinero se han invertido en la construcción del gran
estadio nacional, honra de nuestro football. Ironías de nuestra
política. Somos el país de la patada por dedicación. Somos el país
ruletero por excelencia. Somos el país turfístico por sport. Somos
el país político por hábito. Somos el país de los grandes
haraganes políticos. Somos el país más burocrático del mundo.
Somos el país más generoso del globo, en repartijas politiqueras.
Somos el país de la intriga, la mentira, la incertidumbre, la
inmoralidad, la indiferencia, la negligencia y la desidia políticas”
(“La Tribuna Popular”, Montevideo, 15 de julio de 1930, p.1, “la
escuela política frente a la escuela pública”. El texto editorial
era firmado por un tal “Gerardo Gentil”. En p. 137)
“Un factor que fortaleció sin duda la revigorización simbólica e
institucional del Parlamento fue la inauguración del Palacio
Legislativo, que no casualmente se produjo nada menos que el 25 de
agosto de 1925. Alentada especialmente por el batllismo, a cuyo líder
histórico le había correspondido la colocación de la piedra
fundamental del edificio el 18 de julio de 1906, la inauguración de
esta gran obra pública se realizó en medio de agrias polémicas,
centradas en los cuantiosos gastos realizados (alguna prensa
nacionalista llegó a llamarlo por eso el ‘Palacio de Oro’)
y en la acusación de que la misma había sido utilizada en forma
deliberada por el P. Colorado para opacar el significado histórico
del centenario de la ‘fecha blanca’ del 25 de agosto.”
(p. 141)
“Las tres ideas claves del pensamiento conservador eran básicamente
compartidas por conservadores católicos y laicos: la ‘crítica
a la razón fundadora’, el ‘elogio a la
obediencia al poder’ y la crítica al ‘hedonismo’ ya
al ‘ocio’ como actitudes a combatir, ya sea como la
‘almohada del diablo’ o como el territorio abonado para la
exagerada interpretación de la soberanía popular’, ‘la
peligrosa utopía de la fraternidad’ o la ‘revolución
social’. En todo caso, una de las coincidencias principales
radicaba precisamente en el retorno permanente y casi obsesivo del
tema moral en las cavilaciones del discurso conservador. Podía
cambiar el ángulo del análisis, el tema o el factor conceptuado
como el eje del desafío, pero nadie discrepaba en la índole moral
última del peligro a enfrentar.” (p. 170)
“Para Martín C. Martínez, por ejemplo, una de las cúspides
teóricas del pensamiento conservador uruguayo desde fines del siglo
XIX y durante casi toda la primera mitad del siglo XX, el centro del
problema estaba en ceder frente al ‘poder cada día creciente de
la masa, generalmente ignorante y mal inspirada’, imagen que
corporizaba en lo que juzgaba como ‘exageración de un principio
verdadero (…) (como) el de la soberanía del pueblo’. En este
caso, el pleito por la morado devenía en un cuestionamiento directo
a algunas de las bases primordiales de la democracia y en un
rebalance aristocratizante entre ‘la incompetencia de la masa’
y la primacía ‘necesaria’ de las ‘clases ilustradas
y conservadoras’. ‘Hemos visto –decía Martín C.
Martínez en 1885- que los defectos capitales del parlamentarismo
derivan de la incompetencia de la masa para juzgar las cuestiones
políticas. (…) Toda enmienda de esos vicios debe consistir;
pues, en un aumento del poder de las clases ilustradas y
conservadoras. (…) ¿Cuál es la razón por la que el
gobierno de muchos es más legítimo que el gobierno de varios o el
de uno? ¿Qué fundamento a priori hay para proclamar como única
base legítima el derecho de las mayorías?” (pp. 170, 171)
“Esa ‘pasividad’ cuando no ‘complicidad’ de
los gobiernos ‘republicanos’ ante los embates de ‘los
bajos apetitos de la turba’ y su ‘marea antisocial’,
en Herrera, que era historiador y que hacía política pensando
siempre en clave histórica, se asociaba de inmediato en el plano
nacional con la acción del batllismo reformista, al que percibía
como el instrumento de ruptura contra la tradición y el pasado, en
procura de una experimentación abstracta política y social que, a
su juicio, devenía inexorablemente en la ‘disolución del
capitalismo’ y en ‘la anarquía moral’. ‘El patrón
–escribía el líder nacionalista, en un sugestivo editorial de
‘La Democracia’ en 1921- era el mejor amigo de los obreros. El
cariño al trabajo los unía. Los hijos del antiguo peón crecían
junto a los hijos del estanciero, diciéndole de ‘tú’; y así
sería por siempre en todas las escalas de la vida. (…)
Creíamos en el orden y en la feliz abundancia, sin sobresaltos en
el corazón y sin fiebres en el cuerpo. Pero vinieron los
reformadores y, después de reírse mucho de aquella compostura
patriarcal, según ellos signo de atraso y de imbecilidad, empezaron
a hacer y a deshacer. La emprendieron con el patrimonio sagrado;
pusieron a la venta los grandes recuerdos; despilfarraron el bendito
haber; entraron a hacha en las costumbres; rompieron, con sus
extravagancias, la organización social, pusieron bandera de remate
en el viejo mobiliario, por usado y por viejo; en una palabra,
entraron a ‘redimirnos’. Después de veinte años de locura, ahí
está a la vista el fruto de esa temeridad” ( Luis Alberto de
Herrera, “La Revolución Francesa y Sud América”. París,
Paul Dupont, 1910. capítul XII, pp. 287 y ss. Cita tomada de Barrán,
“Los conservadores uruguayos (1870´1933)---“… en p.
175)
La interpretación de Nahum
Esa tendencia a dar intervención cada vez mayor al Estado en la vida de la sociedad se va lógicamente a
acentuar con este primer Batllismo, se va a acentuar con las dos presidencias de José Batlle y Ordóñez.
Ustedes saben bien que la primera fue prácticamente absorbida por el problema de la guerra civil, por la
revolución de 1904 y allí poco pudo hacer en cuanto a poner en práctica un caudal de ideas que seguramente
fueron madurando en él. Yo estoy convencido que esas ideas, si las tenía, las maduró en su larga estadía en
Europa de 4 años. Ustedes saben que cuando subió el gobierno de Williman entre 1907 y 1911, Batlle se fue
a Europa. Allí presenció una cantidad de acontecimientos importantes, sobre todo en Francia e Inglaterra: vio
el surgimiento de las primeras leyes sociales, de las primeras leyes laborales, la separación de la Iglesia y
el Estado, la intervención creciente del Estado en algunas actividades públicas como podría ser por ejemplo
el abastecimiento de aguas corrientes y alcantarillado, la estatización en esos países (estoy pensando en
Italia y en Francia), de los ferrocarriles, de algunas ideas de la estatización de los seguros como en Italia.
Toda esa problemática que presenció directamente porque estuvo 4 años allá, contribuyó en parte a sugerirle
ideas y en parte a madurar ideas que llevaba. El hecho es que cuando vuelve en su segunda presidencia
desarrolla esa enorme actividad que -leyendo los informes que los diplomáticos ingleses o franceses
residentes en Montevideo enviaban a Londres o a París-, uno encuentra otra visión que es muy agradable
encontrar.
El embajador inglés ( en aquella época todavía no había embajada, era Ministro) no daba abasto para mandar
a su cancillería los nuevos proyectos de ley que surgían desde el primero de marzo de 1911, a punto tal que
habla de "torrente de proyectos que se derraman sobre el Poder Legislativo", habla de "febril actividad del
señor Batlle", incluso hace (cosa que yo no he visto en historiadores Uruguayos) una especie de censo de
los proyectos enviados, informando sobre los proyectos presentados, a estudio, en comisión, en el Poder
Legislativo: según él, solo en 1911 había 300. Había una clara decisión de transformar el país; muchas veces
en su correspondencia privada Batlle dice una cosa que me gustaría repetir hoy porque me parece que viene
muy a cuento: "Con 20 años de administraciones honradas podríamos hacer maravillas con este país"; de
ahí su frase de que del Uruguay se podía hacer un país modelo. Toda comparación de los últimos 30 años
que a todos se nos ocurre inmediatamente estaría de más si pudiéramos ser, por suerte no lo somos,
imparciales y objetivos.
Volviendo a esto la amplia tarea que se desarrolla en esos cuatro años, va desarrollando un sector dentro de
un partido, que lentamente se va a reconocer a sí mismo como un sector partidario. No es de un día para
otro que se conforma la ideología y tampoco es rápidamente que ellos se dan cuenta de que son una parte
distinta del partido colorado, es decir los "batllistas", los que rodeaban a Batlle y después los que lo votaban.
Eso no se va a dar en la segunda presidencia sino en años posteriores: la primera vez que encontramos que
se llamaban a sí mismos Batllistas aparece en un artículo de El Día en 1919, varios años después de haber
dejado el gobierno.
Habiéndose dado cuenta de la importancia esencial que tenía el Estado, emplearon esa herramienta a fondo
para hacer lo que creían que debía hacer una modificación del país. Una modificación que permitiera superar
las guerras civiles, que permitiera superar el caudillismo, que permitiera superar las condiciones que
implicaban una traba para la entrada del país en el mundo moderno.
El batllismo: proyecto urbano.
Ustedes saben que una de las cosas que más se discuten en la historiografía moderna en este tema es ¿se
ocupó solo de la ciudad? ¿no se ocupó del campo? ¿las reformas que pensó para el campo fueron muy
tímidas? ¿no logró eliminar los problemas del latifundio y del minifundio? Creo que hay algo de cierto en esas
afirmaciones; fue un sector del partido colorado esencialmente urbano que se dirigió sobre todo a las clases
populares y a las clases medias, a los inmigrantes. No pudo modificar -quizás no se animó, en parte por su
propia filosofía política- las estructuras básicas del campo uruguayo (estoy pensando sobre todo en el
latifundio). Batlle tenía la idea de que había una evolución natural que iba a llevar al reparto de la propiedad,
que no iba a ser necesario que el Estado interviniera para eliminar el latifundio con medidas coercitivas.
Se animó a subir el impuesto, la contribución inmobiliaria; se animó a poner un impuesto al ausentismo: pero
no hubo una labor de fondo destinada a eliminar o atenuar el problema de la conformación de la distribución
de la propiedad de la tierra, que era uno de los grandes factores de obstaculización de un desarrollo
armónico entre el campo y la ciudad.
Desarrolla una política claramente pro industrial, de diversificación de la producción. En ese sentido le
parecía muy importante estimular la agricultura, la granja y la industria; pero siempre pensando que de esa
manera se evitaría la tendencia del hombre de campo a enrolarse a cualquier revolución o patriada. Es claro
que aquí también hay una dosis de interés político (no estamos hablando de un filosofo que se pone a
gobernar) y ese hombre político tenía muy claro que para sustentar su postura política necesitaba votos. No
hay que caer en ingenuidades de pensar que "concedió" cantidad de cosas: a veces las concedió, otras
veces las dio con un interés mezclado: solidaridad social por un lado y de interés político por el otro. Estoy
pensando en la "Ley de ocho horas" que causó un impacto muy grande en la sociedad de la época y que él
pensó que era necesaria por una serie de consideraciones que corresponden a su filosofía moral más que
nada, y por otras razones que corresponden a su interés político. No creo que debemos ocultarnos que al
aprobar la ley de 8 horas, pudo existir interés en conseguir el voto de la clase obrera: ésa fue una de las
finalidades, y otra -que me parece muy importante no solo para aquel momento sino también para nosotros
como ciudadanos del país que es hoy y para el país que queremos o desearíamos ver en el futuro- una
filosofía de solidaridad social, que entendía como imprescindible que si el hombre trabajaba 8 horas tuviera 8
horas para descansar y 8 horas para instruirse, para ser un buen ciudadano. En uno de sus editoriales de El
Día, que eran eminentemente docentes, una de las frases que a mi más me conmovió y no tengo por que
ocultarlo, es que en esas 8 horas de recreo, de instrucción, de lectura, el obrero "también tuviera tiempo para
acariciar a sus hijos". Me parece tan notable que se dijera eso en 1911 y me parece tan distante de lo que
vemos hoy en el 2003, que tengo que hacer un esfuerzo como historiador para tratar de volver al estudio de la
época con cierta dosis de objetividad, con cierto alejamiento, con la imprescindible dosis de imparcialidad
que uno debe tener en esta tarea y que a veces no la tiene porque sigue siendo un ser humano a pesar de
ser historiador.
Esas realizaciones que yo no voy a repetir aquí porque todos ustedes las conocen (las estatizaciones, las
nacionalizaciones, las creaciones de bancos, ampliación de la educación, la gratuidad de la enseñanza
secundaria, la creación de la universidad femenina que en la época pareció una audacia terrible), estaban
revelando una filosofía. Lo acaba de decir una personalidad política en los días pasados -creo que de las
pocas cosas ciertas que ha dicho en su vida-: "tenemos nostalgia del Batllismo"; y creo que tenemos
nostalgia como ciudadanos uruguayos y no como colorados ni como batllistas ni como blancos, porque creo
que el Batllismo fue más que un hombre y fue más que un sector político.
Yo lo he dicho en alguno de los libros que escribí, que creo que batllistas somos todos, en el sentido de que
todos (blancos, colorados, socialistas, anarquistas, católicos, libre pensadores) aportaron ideas que se han
convertido en parte integrante de la personalidad de Uruguay y de la que con razón creo deberíamos
sentirnos orgullosos. La idea de la solidaridad social, el humanismo, la democracia política, la idea de que el
Estado debe ser un árbitro del conflicto social pero inclinarse para el lado de los más débiles, la idea de que
la democracia debe funcionar dentro del país, y también fuera del mismo a nivel mundial, todo eso conforma
un conjunto de valores más que de ideas, que todos hemos heredados y que rascando a cualquiera, blanco,
colorado negro o lo que sea, se van a encontrar encarnadas en la convicción que tiene el uruguayo de lo que
supo ser este país y de lo que debería volver a ser.
(Fragmento de
CONFERENCIA DEL PROF. BENJAMÍN NAHUM EN EL 14º CONGRESO DE LA A.P.H.U.)