La historia de la clase obrera y los sindicatos en el siglo XX:
experiencias y aportes
Mag. Rodolfo Porrini*
1. Orígenes y tendencias*
Se pretende presentar un panorama de la evolución histórica de la clase obrera y del sindicalismo en el siglo XX y algunos de sus debates. El mismo se estructurará en cuatro notas que abarcarán: 1) el sindicalismo del primer tercio del siglo XX, 2) la nueva clase obrera de los 40 y la reestructura sindical hasta 1955, 3) el proceso de la unidad sindical y la huelga general de 1973, y 4) la reorganización social y sindical durante la dictadura. Dado el espacio disponible se trata de proponer apenas algunos de los hechos y procesos significativos y diversas interpretaciones que los han considerado.
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¿Por qué la historia de la clase obrera? En tiempos de crisis nos parece que importa analizar los momentos de génesis y de rupturas, de elaboración de la unidad y los programas, y conocer las distintas formas que asumió el movimiento y la cultura de los trabajadores: de todos ellos se nutre nuestro presente y el tiempo que se viene, de crisis sí pero también de cambios. Pero además, esta historia resulta incomprensible –e injustificada, incluso- si no se la entiende en su marco y conexión con la política, la economía, la sociedad y la cultura a la que pertenece y con la que interactúa.
1. Orígenes. En el último tercio del siglo XIX, en una sociedad de inmigrantes y “criollos” nacieron y crecieron los movimientos internacionalistas y distintas modalidades asociativas, entre ellas las que promovieron las reivindicaciones de los asalariados. En Europa se desarrollaron las corrientes socialistas (marxistas y anarquistas) y se creó en 1864 la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). En Uruguay actuaron los “internacionalistas” (en 1875 vinculados a los anarquistas, en 1884 y 1890), las organizaciones “protosindicales” como las “sociedades de ayuda mutua” y las de “mutuo y mejoramiento” (Zubillaga), y las “sociedades de resistencia” (que se oponían al capital y usaban la “acción directa”). Estas y otras experiencias de la naciente clase trabajadora uruguaya (que transitaba un proceso de formación de su “conciencia de clase”) no mantuvieron continuidad. Algunos historiadores han definido el período 1875-1895 como “presindicalismo” y “sindicalismo disperso” el que va hasta 1905 (Zubillaga-Balbis).
2. ¿Un sindicalismo “hegemónico”? De la FORU a la CGTU.
En el cambio de siglo XIX al XX y en un marco de “modernización” económica, social y política impulsada por el “reformismo” (en ese entonces liderado por el Partido Colorado y su líder José Batlle y Ordóñez) emergieron nuevos sujetos sociales. Se crearon instituciones y organizaciones de los trabajadores que desarrollaron prácticas culturales y educativas y luchas de “resistencia” aspirando a una sociedad distinta, en un horizonte de “utopías”. En suma, continuaron tradiciones de la época anterior y crearon otras nuevas.
El país poseía algo más que un millón de habitantes según el Censo de 1908, un 40% de población urbana (más del 80% hoy), 25% radicada en Montevideo (en 1963 un 45%), y un sector asalariado de poco más del 25% de la población activa (hoy día 73,7%). La industria era escasa y los “obreros” pocos, predominando los “oficios”. El “batllismo” –en especial desde 1911 con la segunda presidencia de Batlle- removía la sociedad con sus “estrategias” y políticas económicas (estatización y nacionalización de las empresas públicas, industrialización), sociales (la ley de 8 horas y otras) y asustaba y conmovía a los sectores conservadores con cierto ataque a la “propiedad privada” (en relación al campo) y su “reforma moral”: la ley de divorcio y la separación de la Iglesia del Estado, entre otras novedades.
En este contexto, las luchas sociales se habían reactivado y se produjo la fundación de la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU) en 1905, que se impuso a un intento socialista (la UGT) y otro democristiano, el de las “uniones gremiales”. Su definición ideológica predominante la permite identificar como anarquista. Su estructura organizativa se basó en los sindicatos “por oficio” –cuyo dominio era clave en aquella estructura económica- y alcanzó a un sector activo pero restringido de los sectores populares de la época. De acuerdo a su impronta ideológica “anarquista” se ha hablado de un sindicalismo “hegemónico” (Zubillaga-Balbis), o “finalista” (Pedro Alfonso), y “de oposición” (Errandonea-Costábile).
La política “liberal” de Batlle –la recepción de los “extranjeros indeseables” deportados de Argentina por la ley de Residencia constituyó todo un signo- y en especial su “buena voluntad” hacia la organización y reclamos de los trabajadores generó un espacio ambiguo de disputa ideológica que neutralizó y desorientó a un sector de la militancia: los “inspectores obreros” de la Oficina de Trabajo, el “anarco-batllismo”. Al mismo tiempo, esa política generó un campo propicio para los reclamos –en especial ligados a la disminución de la extensa jornada laboral y las difíciles condiciones de trabajo- y la emergencia de sociedades de resistencia. Pero existieron intensas luchas y derrotas como la que infligió el Presidente Williman a la Unión Ferrocarrilera en 1908 apoyando a la patronal inglesa. Es de destacar la especial relación del Presidente Batlle con los trabajadores y la FORU, recordemos el mítico discurso durante la primera “huelga general” de 1911, ambientando el justo reclamo. Henry Finch la identificó como una de las primeras experiencias de “estado de bienestar” en América Latina. Zubillaga la interpreta como una política “populista” que intentó “adelantarse” a los reclamos. Sin pretender rozar un debate historiográfico significativo -¿legislación exigida u otorgada?- hay que reconocer que la existencia de un movimiento social aunque minoritario pero activo –que actuó con huelgas, sabotaje y boicot- se conectó con políticas estatales que tendieron, aún en una sociedad de clases, a promover ciertas formas de justicia social y redistribución. También la experiencia de los trabajadores en esta etapa generó espacios de debate y formación como los “ateneos” donde las preocupaciones por la educación, la naturaleza y la sociedad del mañana estaban a la orden del día. Surgían “bibliotecas” e instituciones como el Centro Internacional de Estudios Sociales, que nucleaban intelectuales y obreros, anarquistas y socialistas. Aunque limitadas en su alcance a los sectores populares, fueron expresiones pujantes de la cultura obrera y socialista de la época. La clave de ese Novecientos y sus obreros parece residir en el fuerte componente utópico de sus ideologías y prácticas. El mundo de la igualdad social, la libertad y el fin de la explotación se tocaba con las manos y deba una sensación muy fuerte de esperanza y triunfo.
Luego del “impulso” reformista vino el “freno”: el “alto” en 1916 proclamado por el Presidente Viera a continuar con “las reformas sociales”. En ese período se produjo un pico de movilización y luchas (huelgas frigoríficas y portuarias 1917-1918), así como de represión estatal. También ocurrió una división en la FORU influida en parte por la “revolución rusa” de octubre de 1917 que llevó en 1923 a la formación de la Unión Sindical Uruguaya (USU) con quienes apoyaron inicialmente esa experiencia. A comienzos de la década ocurre también la transformación del Partido Socialista en Comunista (con ese nombre desde abril de 1921) que se vinculó a la “Tercera Internacional” (comunista), y la refundación del PS en 1922. Con mayoría de “anarco-sindicalistas” la USU sufrió –en el marco de la “República Conservadora” de los años veinte uruguayos- una nueva división hacia fines de la década –Block de Unidad Obrera- y la creación de la Confederación General del Trabajo del Uruguay (CGTU), con mayoría comunista. Nuevos años difíciles, en el marco de la crisis económica mundial de 1929, encontraron al sindicalismo uruguayo escindido en tres centrales y escasas fuerzas para enfrentar la siguiente y compleja etapa, la de crisis política de 1932-1933 y el conservador golpe de Estado de Terra.
Bibliografía básica.
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ERRANDONEA (h), Alfredo y COSTÁBILE, Daniel, Sindicato y sociedad en el Uruguay, Montevideo, FCU, 1969.
ZUBILLAGA, Carlos y BALBIS, Jorge, Historia del movimiento sindical uruguayo, 4 tomos, Montevideo, EBO-CLAEH, 1985, 1986, 1988 y 1992.
ZUBILLAGA, Carlos, Pan y trabajo, Montevideo, Librería de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 1996.
RODRÍGUEZ DÍAZ, Universindo, Los sectores populares en el Uruguay del novecientos. Primera Parte, Montevideo, Editorial Compañeros, 1989; Segunda Parte, Montevideo, Tae, 1994.
2. Transición, nueva clase y sindicalismo “de masas” (1929-55)*
Este período comprende el lapso extendido entre la crisis mundial de 1929 y el comienzo de la crisis económica nacional de mediados de los 50. El Uruguay ensayó un modelo de desarrollo y proyectó la sustitución de importaciones, creciendo la industria y una nueva clase obrera urbano-industrial. Al mismo tiempo ocurrió una importante organización de los asalariados y varios intentos de lograr la unidad sindical.
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La crisis mundial de 1929 se expresó con crudeza en el Uruguay de 1932-33, con una disminución brutal de las exportaciones y una exacerbación de contradicciones sociales y políticas que culminaron en una ruptura institucional. En el plano social la desocupación alcanzó un importante sector de los asalariados y desde el Estado se desplegó una fuerte represión antisindical. El 31 de marzo de 1933 el Presidente Gabriel Terra dio un golpe de Estado de signo conservador, apoyado por el coloradismo antibatllista y el herrerismo y fuerzas sociales y gremiales del agro, la banca, el comercio y las empresas extranjeras.
Desarrollo industrial y nueva clase obrera. Si bien existió un ambiente político propicio para un regreso al “modelo agro-exportador”, esto no ocurrió. Contando con un proceso de acumulación previo, se dieron condiciones internas y externas para el desarrollo de una industria liviana en el país, creciendo el sector secundario y la población activa a él vinculada. Continuó aumentando la urbanización y la tendencia a la concentración de población y de la industria en la capital del país. Estos procesos fueron el marco del crecimiento en los años 30 y 40 de una nueva clase obrera urbano-industrial, básicamente montevideana.
Tomando datos de censos e informaciones industriales se pueden descubrir “ritmos” de crecimiento de la fuerza de trabajo: uno lento de 1930 a 1936 (16.000 nuevos trabajadores), uno más rápido entre ese año y 1948 (en 12 años creció más de 63.000), y de 1948 a 1955 en ascenso (en 7 años más de 41.000, casi 5.900 anuales). Entre 1936 y 1951 se duplicó la fuerza de trabajo industrial (lo que también ocurrió entre 1930 y 1948). Entre 1936 y 48 pareció quedar configurado lo sustancial del proceso de renovación de la nueva clase, aunque prosiguió su crecimiento. Aunque de difícil cuantificación también se pudo percibir cambios en la composición social de la clase obrera: se feminizan algunas ramas, decrecen los migrantes externos y aumentan los internos.
El Estado y los sindicatos. En el plano político, a la dictadura de Terra (1933-1938) sucedió un proceso de transición y “redemocratización” bajo el gobierno del Gral. Alfredo Baldomir (1938-43) incluyendo un nuevo golpe de Estado en febrero de 1942 en que se procesó el alineamiento pro-aliado y pro-estadounidense en el contexto de la segunda guerra. El Estado, en un nuevo marco de fuerzas sociales y políticas (retornó el batllismo y creció el influjo de los industriales, con Amézaga –1943-1947- y Luis Batlle Berres, 1947-1951), manifestó una nueva sensibilidad hacia los trabajadores y sindicatos, renovando las políticas sociales de “protección” e impulsando prácticas de negociación colectiva tripartitas como los Consejos de Salarios (CS). Las concepciones del “bienestar”, condicionaron y contribuyeron a la emergencia de una clase obrera y un nuevo sindicalismo que fue adquiriendo fuerza propia y que mayoritariamente tuvo “un entendimiento” con el Estado, al menos hasta 1946. Con un antecedente en los resultados de una investigación parlamentaria sobre condiciones de vida y salarios (a iniciativa del diputado comunista Eugenio Gómez) los CS fueron un instrumento complejo: posibilitaron aumentos salariales importantes; ordenaron las luchas por el salario canalizando los conflictos; “obligaron” a votar a los obreros y ayudaron a la formación de nuevos sindicatos, que por otra parte impulsaron y orientaron militantes de organizaciones de izquierda, comunistas, socialistas y anarquistas. Los CS fueron un instrumento de integración social de los trabajadores (incluyó una “electoralización” en sus prácticas), a la vez que un espacio de confrontación de poderes en que aquellos mantuvieron cierta autonomía.
La vida sindical. En esos años nació un nuevo tipo de organización muy distinta al sindicalismo “finalista”, de “oposición” (según los objetivos y formas de accionar) y de “oficios” (según su estructura predominante). Aparecieron los sindicatos y federaciones por rama de actividad (sindicatos de industria en la construcción, metalúrgicos y textiles, de servicios como bancarios, de funcionarios públicos como maestros, AUTE y FFOSE). Se conformó y luego desarrolló el denominado “sindicalismo de masas”, al que algunos identificaron como “dualista” (mientras la “dirección” sindical tenía metas mediatas, la “base” inmediatas o “reivindicativas”, Errandonea-Costábile).
A comienzos de los 40 se exploró un intento de central única de trabajadores, en el marco del resurgimiento sindical mencionado (urbano y en algunos casos rural). Las dificultades derivadas de la heterogeneidad ideológica del sindicalismo y de la compleja situación internacional durante la Segunda Guerra y luego la “guerra fría”, generaron trabas a una central única, existiendo además de la Unión General de Trabajadores (UGT, creada en marzo de 1942), la coordinación del “Comité de Relaciones Sindicales” (1943), sindicatos de origen católico y “autónomos” en todo el período (todos de muy variado origen ideológico), y las muy decaídas en su fuerza, FORU y USU. A fines de los 40 el desencuentro entre las organizaciones parece haber sido mayor. Expresión de esto fue tal vez la formación de la Confederación Sindical del Uruguay (CSU) en 1951, de la cual poco se conoce (afiliada luego a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL) y a la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), y con predominio de la AFL-CIO (Federación Americana del Trabajo) de los EEUU). En el período se dieron importantes y fuertes luchas sindicales: la de los ferroviarios en mayo-junio 1947 (un gremio hasta entonces muy dependiente de la patronal inglesa), la huelga de los obreros en lana en 1950, las huelgas generales de los “gremios solidarios” de 1951 y 1952 (con aplicación ese año de Medidas de Seguridad), y movilizaciones victoriosas pero trágicas -hubo obreros muertos a manos de rompehuelgas- como huelga la textil a fines de 1954, y la metalúrgica al año siguiente. Estos hechos revelaron la pujanza del sindicalismo y a la vez el crecimiento de las tensiones sociales y el clima de confrontación que luego se profundizaría.
La clase obrera como fuerza social y sus “culturas”. En los años 40 pudo percibirse la emergencia de la clase obrera como fuerza social: tanto en los conflictos y sindicatos como en la vida de los barrios obreros y en las grandes concentraciones de trabajo sobre todo en Montevideo, en la formación y práctica de culturas propias y en la recepción de mensajes culturales provenientes de los “medios” y de los partidos políticos. Poco se conoce aún de los efectos del desarrollo y auge de la radio en la nueva clase obrera (los discursos del “presidente” y de políticos como Benito Nardone, “chico tazo”), el impacto de la prensa en una población mayormente alfabeta y del cine, la práctica del deporte o su “uso” como espectáculo, la adopción de nuevas modalidades de consumo (material y cultural). Su conocimiento permitirá tal vez calibrar los procesos de inducción ideológica desde los medios masivos y desde los partidos políticos y el Estado, y conocer algo más sobre la experiencia y conciencia de clase como aspiración colectiva (hacia la reforma o la revolución), así como de las expectativas de ascenso social individual presentes entre los asalariados de los años 40 y 50.
Bibliografía básica.
ALFONSO, Pedro, Sindicalismo y revolución en el Uruguay, San José, Ediciones del Nuevo Mundo, 1971.
ERRANDONEA (h), Alfredo y COSTÁBILE, Daniel, Sindicato y sociedad en el Uruguay, Montevideo, FCU, 1969.
LANZARO, Jorge, Sindicatos y sistema político. Relaciones corporativas en el Uruguay 1940-1985, Montevideo, FCU, 1986.
PINTOS, Francisco, Historia del movimiento obrero del Uruguay, Montevideo, Suplemento de Gaceta de Cultura, 1960.
PORRINI, Rodolfo, La nueva clase trabajadora uruguaya (1940-1950), Montevideo, Departamento de Publicaciones de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2005.
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RODRIGUEZ, Enrique, Un movimiento obrero maduro, Montevideo, EPU, 1988.
RODRIGUEZ, Héctor, Nuestros sindicatos (1865-1965), 2ª edición, Montevideo, Centro de Estudiantes de Derecho, 1966 [1ª edición 1965].
TURIANSKY, Wladimir, El movimiento obrero uruguayo, Montevideo, EPU, 1973.
3. El proceso de la unificación sindical, confrontación social y represión estatal (1955-73)*
En esta nota se aborda el período que se abre con la crisis económica de mediados de los 50, el inicio de las políticas “liberales” que intentan desarmar nuestro sui generis “estado de bienestar”, el desarrollo de las luchas sociales y políticas de los 60 –incluida la unificación sindical- y culmina con el golpe de Estado de 1973 y la huelga general.
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En “los años sesenta” se produjo la revolución cubana y en el Uruguay la emergencia de la izquierda armada por un lado y de los frentes electorales de la izquierda política por otro (Frente Izquierda de Liberación –FIDEL- y Unión Popular –UP-, y Partido Demócrata Cristiano –PDC- en 1962; luego Frente Amplio, FA en 1971). También ocurrió el acercamiento de los intelectuales a una posición “crítica” del sistema. En 1963 el Censo General de Población demostró que los uruguayos éramos casi 2.600.000, había una población activa de casi 1 millón y de éstos los asalariados representaban casi el 74%. Tal vez haya sido ese el momento de máxima cuantía de la clase obrera industrial, y el inicio de cambios económicos y socio-demográficos importantes que modificarían la fisonomía del país.
Hacia la unificación sindical. Luego de una huelga frigorífica, en 1956 la Federación Autónoma de la Carne convocó a una “Comisión Coordinadora pro Central Unica”, que actuó en varios conflictos, siendo la mayor coordinación de fuerzas hasta 1958. Hubo huelgas de varios gremios rurales en 1957 (se crearon varios sindicatos rurales), y en 1958 la novedad de la ocupación y puesta en marcha de la empresa Funsa por sus trabajadores, así como la unidad de las luchas de obreros y estudiantes por la aprobación de leyes laborales y la Ley Orgánica de la Universidad.
Entre 1959 y 1961 se conformó la Central de Trabajadores del Uruguay, su Congreso Constituyente en 1961, en que se disolvió la UGT. Importantes huelgas rurales y la primera marcha de los cañeros de Artigas en 1962 (que fundaron UTAA, Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas), mostraron “otro” Uruguay. Se vivió el endurecimiento de los gobiernos (del Partido Nacional, entre 1959 y 1967), importantes conflictos gremiales y la emergencia de nuevas tendencias y formas de lucha sindical: los conflictos en la UTE (1959 y 1963 con “apagón”), las marchas cañeras desde Bella Unión hasta la capital, la nueva fuerza de los sindicatos de empleados públicos y el proceso de pasaje de una fase de división y fragmentación a la unificación sindical.
En los años sesenta se crearon mecanismos de coordinación y unificación como la “Mesa Sindical Coordinadora de Entes Autónomos” y la “Confederación de Organismos de Funcionarios del Estado” (COFE), así como los Plenarios solidarios con gremios en huelga afianzaron la colaboración entre sindicalistas de distintas tendencias. Importantes luchas se registraron entre 1960 y 1964, por derechos sindicales, contra la congelación de salarios, marchas por la tierra y fuentes de trabajo y por leyes laborales. Se endureció el clima político y social: en medio del conflicto en UTE en 1963 se aplicaron Medidas Prontas de Seguridad, también en 1965, en 1964 hubo rumores de golpe de Estado. En el espinoso camino de la unidad, la afiliación internacional de las centrales que revelaba diversas concepciones ideológicas (la UGT a la comunista Federación Sindical Mundial, FSM, la CSU a la CIOSL-ORIT influida por los sindicatos de EEUU y los sindicatos socialdemócratas, el vínculo de Acción Sindical Uruguaya –ASU- con las católicas Confederación Mundial del Trabajo y Central Latinoamericana de Trabajadores, CMT-CLAT) pudo ser visto como obstáculo al trabajo conjunto en una sola central. Pero las mencionadas luchas contribuyeron al acercamiento que se produjo en setiembre de 1964 al convocarse una Convención Nacional de Trabajadores (CNT). Entre 1964 y 1966 la CNT pasó de organismo de coordinación a ser central, adoptando el programa del “Congreso del Pueblo” de 1965, que había reunido un conjunto de sectores perjudicados por la “crisis”. Sobre la base de reuniones preparatorias (desde abril) y el importante paro general del 6 de abril, el acto inaugural fue el 15 de agosto, participando casi 1.400 delegados de 707 organizaciones de trabajadores y otros sectores. En su vasto “programa de soluciones a la crisis” incluía: reformas agraria, industrial, del comercio exterior y su nacionalización; inversiones públicas, reformas tributaria (impuesto a la renta personal), crediticia y bancaria, urbana (plan de viviendas) y del transporte, contribuir al “desarrollo”, el bienestar, la seguridad social y la educación, y afirmar los derechos sindicales y las libertades públicas. Estas reformas se planteaban dentro de la legalidad y se vinculaba con planteos “desarrollistas” de la CEPAL, y contaba entre sus asesores a Samuel Lichtensztejn, Alberto Bensión, Pedro Seré, Martín Buxedas y Alberto Couriel, con tan diferentes perfiles posteriormente.
El Congreso de Unificación Sindical se realizó entre el 28 de setiembre y el 1º octubre de 1966. Se aprobaron los Estatutos y una Declaración de Principios. El Estatuto afirmó la garantía de la democracia sindical (derecho a la crítica y autocrítica), su independencia frente al Estado, patronos, partidos y sectas, no afiliación a ninguna organización internacional, promoción de la unidad del sindicalismo a escala continental y mundial; los dirigentes de CNT no podrían ocupar cargos políticos, aunque sí tener política partidaria “sin fines proselitistas”. La Declaración de Principios postulaba: independencia de clase, lucha internacional de los trabajadores y por la liberación nacional hasta una “sociedad sin explotados ni explotadores”, acercamiento a otros sectores sociales (campesinos, estudiantes, jubilados), solidaridad y fraternidad internacional de los trabajadores y latinoamericanismo.
Fueron años difíciles. La reforma constitucional de 1967 aprobada expresó una adecuación político-institucional a los tiempos “revueltos” que se avecinaban: vuelta al Ejecutivo fuerte, que no vaciló en desconocer los otros poderes del Estado. Inflación, deterioro salarial, políticas estatales ambiguas (gabinete “desarrollista” en 1967), la muerte del Presidente Gestido y la asunción de Pacheco Areco, mostró una definición clara y un nuevo marco represivo para el país y el sindicalismo: la clausura de “Epoca” y “El Sol” y la disolución de varios partidos y grupos de izquierda.
Se produjeron intensas luchas populares en 1968 y 69, la consolidación de la guerrilla urbana de izquierda y grupos armados de derecha (con connivencia estatal), y el debate en los sindicatos y la CNT sobre “táctica y estrategia” que también se daba en la izquierda del país y el mundo. El primer congreso de la CNT se realizó en mayo de 1969, y el segundo en junio de 1971 que incorporó nuevos sindicatos y que a pesar de las polémicas eligió por unanimidad a su dirección. Se fortalecieron tendencias que se disputaron la conducción el sindicalismo: una mayoritaria (comunistas) y otra minoritaria, la “tendencia” combativa.
Durante el “pachequismo” desde 1968 se produjo una fuerte represión estatal contra los movimientos sociales, control salarial (eliminación de los Consejos de Salarios que funcionaron un cuarto se siglo y creación de la COPRIN) y muertes estudiantiles, grandes huelgas y paros, los funcionarios públicos fueron destituidos, trasladados o militarizados. El sindicalismo cobró una fuerza tal que unió combatividad, programa y capacidad disruptiva del proceso económico. Ocurrieron importantes conflictos y derrotas en los frigoríficos, bancarios y UTE en 1969 -¿anticipatorias de la ocurrida en junio de 1973 en otro plano?-, otros en 1970 (la Federación Uruguaya de la Salud -FUS- y los “hospitales populares”) y 1971, año electoral, en que fueron asesinados dos estudiantes en medio de acciones solidarias con trabajadores en conflicto.
Luego de las elecciones, el 14 de abril de 1972 el enfrentamiento Estado-MLN se intensificó e inundó otros aspectos de las luchas populares. La situación política derivó en los acontecimientos de febrero de 1973 (en que las fuerzas armadas confirmaron institucionalmente un poder que detentaban), y los “comunicados 4 y 7” despertaron diferentes expectativas e interpretaciones en los sindicatos y la izquierda. Ante el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 dado por las FFAA y el Presidente Bordaberry, y apoyado por determinados sectores políticos, económicos y sociales, los trabajadores respondieron ocupando los lugares de trabajo, a través de la histórica huelga general de quince días.
Bibliografía básica.
CORES, Hugo, El 68 uruguayo, Montevideo, EBO, 1997 y Memorias de la resistencia, Montevideo, EBO, 2002.
LANZARO, Jorge, Sindicatos y sistema político. Relaciones corporativas en el Uruguay 1940-1985, Montevideo, FCU, 1986.
MECHOSO, Juan Carlos, Acción directa anarquista. Una historia de FAU, Montevideo, Editorial Recortes, 2002.
RODRIGUEZ, Enrique, Un movimiento obrero maduro, Montevideo, EPU, 1988.
RODRIGUEZ, Héctor, El arraigo de los sindicatos, Montevideo, Editores Reunidos, 1969.
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TURIANSKY, Wladimir, El movimiento obrero uruguayo, Montevideo, EPU, 1973.
4. La resistencia a la dictadura y el aporte obrero a la democratización (1973-1985)*
Breve crónica de la huelga general contra la dictadura y algunos relatos.
En la mañana del 27 de junio de 1973 se conoció por “cadena oficial” el decreto firmado por el Presidente Bordaberry y sus ministros Ravenna (Defensa Nacional) y Bolentini (Interior) que disolvía las cámaras de Senadores y de Diputados, creaba un Consejo de Estado y facultaba a las Fuerzas Armadas a “adoptar las medidas” que aseguraran “los servicios públicos esenciales”. En la misma madrugada, el Secretariado de la CNT reunido en el local de la Federación del Vidrio en La Teja, evaluaba la situación y definía los pasos a seguir: creó organismos de dirección de la huelga (“comandos”) y emitió un manifiesto convocando a la huelga. El mismo llamaba a los trabajadores a luchar “por salarios, libertades y soluciones” y “a ocupar las fábricas, mantener el estado de asamblea, el alerta en todo el movimiento sindical y el cumplimiento disciplinado de las decisiones” de la CNT. Según diversos testimonios, incluso antes de conocer esta convocatoria de la central, en muchos establecimientos, privados y públicos, ya se había iniciado la huelga general y la ocupación de los mismos. La extensión de la huelga fue muy importante en la capital, tuvo gran repercusión en Paysandú, y quizá en otras ciudades del país, que nuestro actual conocimiento no permite detallar.
Los intentos de dividir o neutralizar la huelga por el gobierno se iniciaron el mismo 27 (conversación del ministro Bolentini con miembros del “comando” de la huelga) pero al fracasar, poco después se tradujeron en represión abierta: el 30 ilegalizaron a la CNT y comenzó la “operación desalojo” de los locales ocupados. Si bien la refinería de Ancap fue desalojada el 1º de julio por fuerzas militares con tanques –como señala Eduardo Platero- la “llama” de la misma fue apagada el martes 3 en una acción que paralizó la refinación de combustible. Muchas fábricas y talleres fueron reocupadas por sus trabajadores, algunas de ellas más de dos veces. El día 4 los dirigentes de la CNT fueron “requeridos” y el gobierno autorizó por decreto el despido de los huelguistas sin indemnización, aplicado luego por las patronales.
La huelga fue apoyada por los sectores mayoritarios del Partido Nacional, todo el Frente Amplio y otras organizaciones de izquierda, la Universidad de la República y los gremios universitarios, en especial la FEUU.
Con el correr de los días se instaló la polémica de ¿hasta cuando continuarla? El 9 de julio, convocada por el FA, el P. Nacional y la CNT se produjo la multitudinaria y fuertemente reprimida manifestación por el centro de la capital que constituyó un momento clave de la inicial resistencia a la dictadura. En la noche del 11 de julio la Mesa Representativa de la CNT, por amplia mayoría de delegados, levantó la huelga (con el voto contrario del sindicato de Funsa y la Federación de la Bebida (FOEB), y la abstención de la FUS, que luego elaboraron un documento crítico, el “de las tres efe”) emitiendo un “Mensaje a los trabajadores uruguayos” convocando a continuar la lucha por otros medios: “la batalla debe pues proseguir, pero se hace necesario cambiar la forma de lucha”.
Múltiples relatos de ex dirigentes sindicales coinciden en identificar la huelga como “acción heroica” del movimiento obrero. Para Hugo Cores la “huelga general fue un acto más, el más sacrificado, el más difícil y arriesgado de todo ese período de luchas” (1968-73), siendo “la respuesta masiva del mundo del trabajo a la agresión y la prepotencia del gobierno”. Wladimir Turiansky señaló que el 27 de junio “da comienzo un acontecimiento heroico, protagonizado por los trabajadores, que salvarían el honor de la Nación, y que generaría condiciones para el hostigamiento a la dictadura, hasta su derrota” (testimonios en “Trabajo & Utopía Nº7, junio 2000).
Desde otra perspectiva Mabel Sánchez recordó: “Nos despertamos muy temprano porque llamaron a mi esposo de la fábrica avisándole que habían disuelto las cámaras y que tenía que presentarse porque había que tomar una decisión de huelga como había previsto la CNT [...] Yo me sentí muy nerviosa. No dos dimos cuenta en ese momento de que había golpe de Estado. Solo sentí que un compañero de trabajo de mi esposo le dijo: ‘Vení, disolvieron las cámaras, creo que es un golpe de estado” (“Recién el 9 de julio entendimos qué era un golpe” en Brecha, 20/6/2003).
Miles de protagonistas anónimos –entre otros tantos que no la acompañaron o se opusieron- hicieron su experiencia entonces y quienes investiguen el período tendrán también que recuperar sus voces.
Una reflexión sobre la Huelga General de 15 días y la resistencia a la dictadura
La huelga con ocupación de los lugares de trabajo desde la madrugada del 27 de junio de 1973 respondió a una definición –no escrita- de la CNT desde su fundación en 1964, luego confirmada en sucesivos congresos. Fue posible merced a un persistente proceso de preparación y reflexión (sindical y política) así como de construcción de un “espíritu”, tal vez “desde abajo”, que abarcó un amplio conjunto de trabajadores. En dicho estado de ánimo así como en la internalización de la posible medida influyeron, en parte, la masiva participación en las intensas luchas sociales de los años previos, y la demostrada vocación de los sindicatos de enfrentar el autoritarismo y asumir la defensa de los derechos sociales y democráticos a los que había contribuido a instalar a lo largo de décadas. La huelga general fue una experiencia muy rica, aún insuficientemente investigada en su alcance y extensión nacional. Se ilegalizó la CNT y persiguió a sus militantes, se despidió sin indemnización a miles de huelguistas y se los detuvo por cientos en el Cilindro Municipal capitalino. Aún así, se luchó en la calle y ante los desalojos se reocuparon los locales de trabajo. La huelga se prolongó por quince días, como se señaló más arriba, hasta la noche del 11 de julio en que la Mesa Representativa, por amplia mayoría, la levantó, emitiendo un “Mensaje a los trabajadores uruguayos” que convocaba a continuar la lucha por otros medios.
Ante las iniciativas y medidas de la dictadura, se desarrollaron diversas formas de resistencia y respuestas: al llamado del gobierno a sindicalistas en la Sala Verdi de Montevideo se obtuvo el rechazo en la voz del “gallego” Gromaz de Funsa (“no queremos un sindicalismo de guampudos”); ante el decreto de agosto 1973 y la “reafiliación sindical” se ratificó a los sindicatos de la CNT; se realizaron manifestaciones “relámpago” los primeros de Mayo de 1974 y 1975 y algunos paros en esos años. Se pasó de la primera y masiva resistencia” a un nivel “microsocial” más restringido e íntimo. Aún así, en 1977 fracasaron las “Comisiones Paritarias” y en 1979 los intentos de militares de la Marina de crear un “sindicalismo nacionalista” y anticomunista.
Transición democrática y sindicalismo en transformación (1982-1985)
La represión del nuevo régimen sobre partidos, sindicatos y la sociedad toda, no impidió distintos niveles de organización entre los trabajadores (sindical y política) y limitadas respuestas durante los primeros tiempos del régimen (1973-79). Luego de un período muy difícil y en un contexto político de “apertura” muy limitado (posterior al Plebiscito de 1980, perdido por la dictadura -58 a 42%- en su intento de imponer una nueva institucionalidad), y de persistencia de muchos luchadores antidictatoriales, se logró abrir un espacio de reorganización y reactivación sindical.
Hacia 1982-83 un nuevo “estado de ánimo” se expresó en la constitución de decenas de “asociaciones profesionales” (de acuerdo a una ley de 21/5/1982) y de la Asociación Social y Cultural de Estudiantes de la Enseñanza Pública (ASCEEP), y tal vez, en la “politización” de las cooperativas de ayuda mutua de la FUCVAM (Federación Unificadora –se prohibió “Uruguaya”- de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua), muchas de ellas originadas en sindicatos y localizadas en barriadas obreras. Muy significativa fue la organización y realización de la conmemoración del 1º de mayo de 1983 que se dio sin solución de continuidad con la creación del “Plenario Intersindical de Trabajadores” (PIT) (un delegado por cada “asociación” o sindicato). La conmemoración del 1º de mayo de 1984 expresó también la unión simbólica entre el PIT y la CNT, adoptando la denominación actual, PIT-CNT. La intensa participación y las movilizaciones culminaron en grandes demostraciones antidictatoriales (de trabajadores, estudiantes, cooperativistas, activistas por los derechos humanos y de los partidos opositores, en especial de izquierda), estuvieron precedidas y acompañadas de formas nuevas de integración, de democracia de base, de discusión de las formas de las organizaciones populares y las salidas políticas. La fuerte movilización de trabajadores y estudiantes se pudo comprobar en la masiva marcha estudiantil de la “semana del estudiante” (setiembre 1983) e incluso en la reprimida manifestación callejera del 9 de noviembre de ese año en el centro de la capital, marcando el espacio de rebelión y decisión de lucha, a pesar de las amenazas de un gobierno “en retirada” pero que aún manejaba y aplicaba la represión (en 1984 fue asesinado el médico detenido Wladimir Roslik). Esa decidida actuación obrera contribuyó en mucho a la multitudinaria expresión que fue el “río de libertad” del 27 de noviembre junto al Obelisco a los Constituyentes en pleno centro de Montevideo. Entre el paro general del 18/1/1984 y el paro “cívico” del 27 de junio organizado por la “Multipartidaria” se pudo percibir claramente que los partidos políticos, en este caso los opositores al régimen, retomaban la iniciativa frente a los movimientos sociales que habían dado una gran parte del combate decisivo para “marcar” y posibilitar la transición y la derrota de la dictadura. La participación en 1984 en la “Concertación Nacional Programática” mostró un clima esperanzador de fin de dictadura, luego defraudado y que muy pronto se rompió con la restauración de los partidos tradicionales en el gobierno.
Nuevos desafíos, viejas tradiciones
Ante el nuevo panorama le queda al historiador plantearse algunas interrogantes más que certezas. La nueva clase trabajadora (feminizada y rejuvenecida, según Stolovich) fue la que nutrió -¿condicionó?- al sindicalismo de los 80 y 90, que también tuvo entre sus desafíos repensarse como organización, en su programa y posiciones políticas. Si bien los asalariados no disminuyeron en el conjunto de la población activa (según Olesker) las informaciones de los últimos censos indican una baja (de 74 a 69%). Tal vez lo más significativo sean los procesos de precarización, flexibilización y exclusión social sobre los que descansa la mutación de los asalariados y su tendencia a la disgregación y atomización. Por otra parte, el sindicalismo asumió nuevas funciones (Supervielle-Quiñones), experimentó “desindicalización” y “crisis” y se planteó la discusión sobre las formas de representación de sus afiliados y la “clase”. Fue así que comenzó a participar en el Banco de Previsión Social (BPS), la Junta Nacional de Empleo (JUNAE) y las instituciones del Mercosur, y en sus últimos congresos continuó debatiendo sobre las formas organizativas.
Habría que profundizar en el legado histórico de las luchas y experiencias de la clase obrera en todo el siglo XX, en sus organizaciones, tradiciones y los desafíos de la construcción y reconstrucción de la memoria histórica de los sectores asalariados y populares. En este sentido sería importante indagar en la memoria y la conciencia colectiva como un problema del futuro y un factor de la conciencia de la clase y de sus roles en la sociedad. A algunos rasgos identitarios del sindicalismo (definición clasista, pluralismo ideológico, independencia del Estado y los patrones), y sus logros (vocación programática y no sólo reinvindicativa, lucha por las libertades públicas y los derechos sociales) sumamos los desafíos planteados de cómo ampliar y ejercer la democracia e incorporar y organizar a amplios sectores asalariados y populares atomizados y desesperanzados, aportando hacia alternativas de desarrollo más justas y solidarias.
Bibliografía básica.
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de GIORGI, “El caso uruguayo”, en de Alvaro de Giorgi y Susana Dominzaín, Respuestas sindicales en Chile y Uruguay bajo las dictaduras y en los inicios de la democratización, Montevideo, CEIL-FHCE-UDELAR, 2000.
OLESKER, Daniel, “Composición social en el Uruguay”, en Boletín Electrónico del Instituto Cuesta-Duarte (del PIT-CNT), Montevideo, febrero de 2001.
RICO, Alvaro (coord.), DEMASI, Carlos, RADAKOVICH, Rosario, WSCHEBOR, Isabel, SANGUINETTI, Vanesa, 15 días que estremecieron al Uruguay. Golpe de Estado y Huelga General, Montevideo, Fin de Siglo, 2005.
RODRÍGUEZ, Roger, “Seis testigos de cargo ¿Quién mató al PIT?” en Del PIT al PIT-CNT. ¿Réquiem para el movimiento sindical? , Montevideo, IFIS/CAAS, 1991.
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RODRIGUEZ, Enrique, Un movimiento obrero maduro, Montevideo, EPU, 1988.
STOLOVICH, Luis, “Los cambios en la clase trabajadora ¿serán un factor irreversible de debilitamiento del movimiento sindical?”, en Los desafíos del movimiento sindical, Montevideo, CIEDUR, 1993.
SUPERVIELLE, Marcos - QUIÑONES, Mariela, “Las nuevas funciones del Sindicalismo en Uruguay”, en Revista Estudios del Trabajo Nº22, segundo semestre 2002, Asociación Argentina de Estudios del Trabajo.
5. La historia y la memoria obrera II
¿Es importante preservar la historia de los trabajadores?*
La construcción de una historia de los trabajadores es necesaria para hacer una historia más amplia y rica del país integrando su participación junto a la de otras clases, protagonistas y factores. Y para que exista esta historia –y no solo la de otros y desde los otros- es preciso encontrar los vestigios de su existencia y accionar, a través de múltiples fuentes producidas por ellos mismos (periódicos, boletines, cartas, afiches, símbolos), o que los identifican a través de sus voces (en recuerdos y mitos) e imágenes (fotografías, filmaciones).
Los estudios sobre el pasado de la clase obrera y los trabajadores en Uruguay son bastante recientes y en ciertos temas, escasos. Al predominio notorio de la historia política, se han incorporado en los ’60 temas de historia social y económica: la inmigración, la cultura, la vida sindical. Para reconstruir en toda su complejidad la vida de la gente común, sus valores y motivaciones, su rebeldía o conformismo, es muy aún incipiente el análisis de las “culturas obreras”, sus condiciones de vida, el mundo rural, las mujeres, los jóvenes y niños.
A diferencia de otros países –con iniciativas como el Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam o el Archivo Edgard Leuenroth en la Universidad de Campinas, Brasil-, no ha existido en Uruguay una política consistente desde el Estado y los ámbitos de producción científica por ubicar y resguardar fuentes de estos sectores, más expuestas a la desaparición. El historiador José P.Barrán ha señalado que ha sido común estudiar este pasado a través de las fuentes de otras clases o testigos; que el Estado descuida los archivos en general, y que las fuentes provenientes de estos sectores siempre son escasas. En el Uruguay no están abiertos a la investigación los archivos policiales y es difícil la consulta de los judiciales, frecuentemente utilizados en otras latitudes para conocer diversos aspectos de los sindicatos y trabajadores. Existen pocas biografías referidas a protagonistas de la clase obrera, así como también son escasas las “memorias” escritas por estos.* En suma, los rastros que aún quedan corren riesgo de perderse en el olvido o incluso destruirse.
Una rica cultura del mundo del trabajo
Si uno mira cien años hacia atrás puede descubrir en el desván de la memoria popular –además de la última gesta de Aparicio Saravia–, los prolegómenos de la construcción de la FORU, primera central obrera del siglo XX, en agosto de 1905; que significó una herramienta de lucha para las sociedades de resistencia de la época y algo más. Ese algo más, era tal vez, el proceso de formación de una “cultura” hecha por trabajadores e intelectuales, socialistas y anarquistas, criollos e inmigrantes, la que, con el tiempo, se enriqueció con otras vertientes ideológicas (comunistas, cristianos) y trayectorias individuales de muy diversas procedencias. Y esta cultura incluía tanto prácticas asociativas (sindicatos, mutuales, etc) como comportamientos cotidianos en el trabajo y durante la “huelga”, en el barrio y el tiempo libre.
En las primeras décadas del siglo XX nacieron –al calor de la “utopía”- sociedades de resistencia, sindicatos, ateneos y partidos “obreros”, muchos de los cuales impulsaron bibliotecas, publicaron folletos y periódicos, organizaron conferencias e incluso las llamadas “universidades populares”. Ellos promovieron prácticas “culturales” y de esparcimiento, en el tiempo libre ampliado desde la aplicación de la ley de las “ocho horas” (1916). “Veladas” y “pic-nics” constituyeron espacios de sociabilidad, fraternidad y “vida sana”, vehículos de propaganda ideológica y medios de obtener fondos (para la prensa, los “comités pro presos sociales”, la solidaridad con huelguistas o con los republicanos españoles a partir de 1936). Al mismo tiempo el fútbol fue captando el interés popular, así como el carnaval continuó logrando la adhesión de trabajadores y otros sectores populares, práctica que fue durante mucho tiempo criticada por socialistas, anarquistas y comunistas.
La solidaridad con el movimiento obrero y luchadores sociales del resto del mundo tuvo su espacio: cada primero de mayo se recordó a los “mártires de Chicago”, como día de luto, lucha o “fiesta”, y en los años veinte se denunció la larga prisión y luego injusta condena a muerte en EEUU de los ácratas Sacco y Vanzetti en 1927.
Se registró la vida interna de sindicatos y centrales (FORU, USU, CGTU) a través del cuidadoso manejo de las “actas”. De esa documentación resta muy poco, lamentablemente. De las posteriores centrales (UGT, CSU, CTU y la propia CNT) existe escasa o nula documentación, salvo las resoluciones de congresos publicadas en folletos o la prensa. Aunque tal vez haya quienes piensen que por ahí “no pasaba” ni de cerca toda la compleja vida del sindicato, esto refuerza el interés en conocer la versión de los protagonistas.
La construcción de “bibliotecas” fue otra inquietud y práctica de los sindicatos, que cubrieron las aspiraciones de formación e “ilustración” de sus integrantes, así como de apoyo al estudio de sus hijos. Este fue el caso de la Biblioteca “Florencio Sánchez” instalada en el Cerro por la Federación Autónoma de la Carne en los años cuarenta, o la de la Asociación de Empleados Bancarios que funciona actualmente.
Una fuente aún escasamente empleada en nuestro país para reconstruir la historia de los trabajadores son las fotografías –de los lugares de trabajo, de las manifestaciones y celebraciones, de los militantes, de los locales-, algunas de ellas registradas por la prensa, otras en manos de sus dueños los trabajadores y los sindicatos. Por último, otro recurso muy rico para la indagatoria del pasado individual y colectivo, es la propia memoria y los recuerdos de las personas, las fuentes orales. Todas estas pueden ayudar a dimensionar mejor el pasado popular, aunado a otras más tradicionales como actas parlamentarias, estadísticas oficiales y prensa periódica. Conviene resaltar la importancia que tiene la prensa sindical para el conocimiento del pasado obrero, conservándose –la mayoría de ella en la Biblioteca Nacional- en una proporción muy menor a su verdadera magnitud.
Desafíos: la recuperación de los archivos históricos sindicales, la prensa sindical y la memoria individual y colectiva
Desde la década de 1980 han surgido iniciativas para localizar y abrir a la consulta los archivos sindicales uruguayos. Hacia 1986 el CLAEH realizó un importante relevamiento que culminó en la elaboración del Dossier de Documentos sobre el Movimiento Obrero Uruguayo (que reúne documentación entre 1870 y 1985). En 1991 la Fundación Pablo Iglesias de España impulsó la creación de la “Asociación Iberoamericana para la recuperación y protección de los archivos de los trabajadores y sus organizaciones” (AIRPATO), cuya red uruguaya –de vida efímera-, con participación del PIT-CNT y centros privados de investigación y formación, produjo un informe sobre los archivos uruguayos en 1992. Una investigación desarrollada en la Facultad de Humanidades (2001-2002) reconoció la existencia de muy pocos archivos en los sindicatos y una muy escasa documentación del período previo a la dictadura de 1973-1985. También procuró aportar a un futuro archivo de historia oral, con entrevistas a más de 180 sindicalistas de diversas épocas y sindicatos.
Es por todo esto que resulta importante apoyar iniciativas de los sindicatos y el PIT-CNT, de los militantes y de los centros académicos, para reconstruir los archivos destruidos o secuestrados por la dictadura y para recoger la memoria oral de los trabajadores y las evidencias materiales de su accionar y su cultura, combatiendo la desidia y la falta de interés en preservar lo que puede ayudarnos a entender mejor las acciones colectivas de los trabajadores y los rasgos identitatarios del movimiento obrero uruguayo.
Como ha señalado el Prof. José P. Barrán: “Los rastros que dejamos de nosotros mismos para nosotros y el futuro, son a menudo la clave de nuestra identificación. Y si no tenemos archivos y si no los preservamos [...] corremos el riesgo de quedar ocultos a la mirada del presente y naturalmente del futuro”.**
Bibliografía sumaria
AIRPATO. Documentos de la Primera Reunión Iberoamericana para la Recuperación y Conservación de Archivos y Documentación de los Trabajadores y los Movimientos Sociales, Madrid, Editorial Pablo Iglesias, 1992
González Sierra, Yamandú, “El desafío de la recuperación de la memoria histórica del movimiento sindical” en Los desafíos del movimiento sindical, Montevideo, CIEDUR, 1991
Porrini, Rodolfo (compilador), Historia y memoria del mundo del trabajo, Montevideo, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2004
Zubillaga, Carlos – Balbis, Jorge, Dossier de documentos sobre el movimiento obrero uruguayo, Montevideo, CLAEH-FESUR, s.d., 11 v.