6.2. El avance de la regulación a partir de los treinta
Con respecto al sector agropecuario las medidas impulsadas intensificaron el tono regulador
puesto de manifiesto al final de los años veinte. La creación del Ministerio de Ganadería y
Agricultura en 1935 fue la expresión institucional de la prioridad que el régimen terrista
asignó al sector agropecuario. En su órbita funcionaron diversos organismos de estímulo a
la producción.
Ante los efectos de la crisis sobre el agro, y teniendo en cuenta el apoyo prestado por los
ganaderos al golpe de estado, se rebajó la contribución inmobiliaria rural, se suspendió la
amortización de los prestamos contraídos por los ganaderos con el Banco Hipotecario y, lo
que fue muy favorable para los exportadores, se devaluó la moneda (1935 y 1938) y se les
fijó un tipo de cambió más favorable.
Fue notorio el aumento gradual de la intervención estatal en la comercialización de la
producción. En 1935 se firmó un Convenio comercial con el Reino Unido (Convenio Cosio-
Runciman) que aseguró una cuota en el mercado británico a las carnes uruguayas. Además
se firmaron acuerdos comerciales de canje con Alemania e Italia. A partir de 1939 se
centralizó en el Ministerio de Ganadería, del que pasó a depender la Comisión de Carnes,
todo lo relativo a su exportación.
(...)
En relación al sector industrial se continuó con la tradicional apuesta proteccionista del
batllismo, elevando aranceles y estableciendo prohibiciones para la importación de productos
competitivos con la producción nacional y se volvió al expediente de los privilegios industriales
para promover el desarrollo de nuevas iniciativas y la modernización de las existentes,
aprobándose en 1930 una nueva ley al respecto. El establecimiento en 1931 del Control de
Cambios, abrió un nuevo eje para la promoción de la industria en tanto el Estado contó, a
partir de entonces, con un instrumento que le permitió asignar divisas, imprescindibles
para las importaciones que la industria requería.
La creación de ANCAP en 1931 y la inauguración de la usina termoeléctrica “José Batlle y
Ordónez”, tuvieron fuertes conexiones con la política industrial. En 1937, culminaron las
obras de la refinería de La Teja y en el mismo año se inició la construcción de la represa de
Rincón del Bonete.
El terrismo no rompió en éste, como en muchos otros campos de la política económica,
con la línea de promoción industrial desplegada por el CNA, aún cuando el advenimiento de
la dictadura estuvo fuertemente asentado en el apoyo del sector ganadero a través de sus
expresiones gremiales y políticas.
Al Control de Cambios se le agregó el Contralor de Importaciones, fortaleciendo de esa
forma la capacidad de regulación estatal respecto al monto y al tipo de productos que se
importaban. Cuando en 1941 se estableció el Contralor de Exportaciones e Importaciones,
se completó el conjunto de organismos y reglamentaciones a través de los cuales el Estado
desplegó en los años siguientes una cada vez más afinada regulación del comercio exterior
y, por medio de ella, una creciente transferencia de recursos orientada al estímulo de la
diversificación productiva y de la distribución del ingreso.
En el comercio exterior, la creación del Contralor de Exportaciones e Importaciones (Ley
Nº 10.000 de 10 de enero de 1941) marcó el punto culminante de una acumulación institucional
iniciada a comienzos de los años treinta, que marca, a su vez, una llamativa continuidad en
las políticas del CNA [Consejo Nacional de Administración], el terrismo y el neobatllismo con
referencia al sector. Las atribuciones del Contralor comprendían: el control de la operaciones
de compra y venta con el exterior, fiscalizando el valor de las mismas, así como su origen o
destino; la concesión de permisos de importación de acuerdo a cierto orden de prioridades
(materias primas para alimentos indispensables, para la salud y los servicios públicos,
maquinarias, repuestos, etc.); la asignación individual del cambio a los importadores
contemplando sus necesidades, el personal ocupado, etc.; y la fijación del tipo de cambio
para los importadores (según los mismos criterios) y para los exportadores.
La política monetaria y cambiaria estaba estrechamente vinculada con la regulación del
comercio exterior. La convertibilidad oro del peso uruguayo suspendida en 1914 nunca fue
restablecida. Cuando, en 1935, se puso en marcha el primero de los “revalúos” se “respaldó”
una nueva emisión monetaria destinada a cubrir deuda pública, apoyar al sector exportador
y desarrollar políticas de empleo.
En 1938 se puso en marcha el “segundo revalúo”, al mismo tiempo que se autorizó una
nueva emisión monetaria destinada a cubrir el déficit presupuestal, o pagar servicios de
deuda y a realizar obras públicas. En este mismo año fue aprobada una ley por la que se
reglamentaba la actividad de los bancos privados. Durante la Segunda Guerra Mundial, se
reforzó el papel de autoridad monetaria del Poder Ejecutivo y los problemas generados por
los flujos monetarios hacia el exterior en la inmediata posguerra impulsaron nuevas
definiciones en cuanto al manejo de los asuntos monetarios.
Por último, en lo que tiene que ver con el mercado de trabajo, en los años treinta no
hubo regulación salarial propiamente dicha, con la única excepción de la industria frigorífica
que tuvo salario mínimo estipulado por ley sancionada en 1930. Hasta 1943, los salarios de
la actividad privada se fijaban en el libre juego del mercado. A partir de ese año, con la
promulgación de la ley que estableció los Consejos de Salarios y Asignaciones Familiares, se
montó un complejo andamiaje institucional al servicio de la regulación salarial. La ley
asignó a estos consejos la fijación de un salario mínimo que asegurase la satisfacción de las
necesidades físicas e intelectuales, a través de la negociación de las partes con la mediación
del Estado. Los sueldos mínimos de los empleados públicos y trabajadores rurales que
quedaban fuera del mecanismo de negociación tripartita del salario, se fijaban por ley. En
los años cuarenta la regulación del costo de la fuerza de trabajo se completó con el antes
mencionado control de precios de artículos de primera necesidad y de los alquileres.
Mientras que el Contralor fue el instrumento mediante el cual se canalizó la transferencia
de recursos desde el sector agro-exportador hacia el sector industrial y el propio Estado, los
Consejos habilitaron la transferencia de ingreso desde el sector empresarial urbano hacia
los asalariados. Por otra parte el Estado, a través de sus políticas sociales (educación, salud,
vivienda, seguridad social, alimentación) y de su dominio industrial y comercial, se volvió él
mismo un vehículo de las transferencias de ingreso hacia los trabajadores rurales y urbanos.
Al considerar los efectos de las regulaciones salariales sobre el nivel de vida de la población,
no puede dejar de considerarse la evolución de las políticas sociales a lo largo del período.
Frente a la desocupación de los primeros años treinta, el terrismo promovió la realización
de obras públicas y, en términos más generales, se expandió el empleo público. Además, el
régimen promovió diversas medidas paliativas de la grave situación social (precios tarifados
y subsidios, rebajas de arrendamientos, comedores populares, expendios municipales).
Todas estas medidas fueron la contracara del autoritarismo y la represión impuesta a la
acción sindical, dando vía libre a la persecución desplegada por las patronales, que dejó sin
defensas a los sectores asalariados frente a la notable caída del salario real durante la
dictadura.
*Instituto de Economía:
“El Uruguay del siglo XX. La Economía ”,
EBO – Instituto de Economía, 2003,
págs. 53 - 59