Carmagnani, M. (2004) El
otro Occidente. América Latina desde la invasión europea hasta la
globalización. México: ed.
F.C.E.
"La configuración de la esfera de influencia estadounidense en el hemisferio occidental tropieza, sin embargo, con la resuelta resistencia de los movimientos reformistas y gobiernos latinoamericanos, lo que demuestra la profundidad de la penetración del nacionalismo en el seno de las clases medias y populares del subcontinente. Esta reacción obliga al gobierno de los Estados Unidos, sobre todo a partir de los años treinta, a mesurar su agresividad y a privilegiar en las relaciones los aspectos financieros y comerciales, con la esperanza de ganarse la buena voluntad de algunos sectores de la élite y de las clases medias latinoamericanas." (283, 284)
"... la política de buena vecindad inaugurada por el presidente Roosevelt en 1933 en el marco del New Deal constituye todo un viraje, puesto que ella considera tanto la necesidad de dialogar con quienes se oponen a la hegemonía estadounidense en el subcontinente, como la de aislar a las áreas latinoamericanas de las influencias fascistas, nazistas y soviéticas. Se trata de una reformulación que no se comprende sin tener en cuenta el impacto de la crisis económica mundial de 1929-1932, la cual, a pesar de todos sus efectos negativos, termina por reequilibrar la asimetría que se venía creando en las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina.
El congelamiento de la deuda externa -fundamentalmente en manos de bancos y ahorradores estadounidenses- decidido unilateralmente por los gobiernos latinoamericanos constituye la reacción más significativa a las políticas agresivas de los Estados Unidos. Según estimaciones estadounidenses la moratoria suma el consistente monto de 1.2 mil millones de dólares, equivalente a 5% del valor del comercio mundial de 1929. (...)
La decisión de los gobiernos latinoamericanos es una respuesta a la fuerte presión ejercida por los estadounienses en la Conferencia Interamericana de Washington de 1928, la cual aprobó el arbitraje en materia de deuda externa, como había establecido la Conferencia de La Haya de 1907. Pero la novedad consistía en el hecho de que la misma crisis económica proporcionaba la justificación material del rechazo latinoamericano al arbitraje y de su apego al principio de la soberanía política y financiera. En efecto, no obstante la enorme repercusión del congelamiento de la deuda en Wall Street, los Estados Unidos no reaccionaron con los cañones, como habrían hecho una década antes.
Es muy posible que la débil reacción estadounidense se relacione con la crisis económica y con la tendencia aislacionista que predominaba en la política exterior de Washington en esos años, siguiendo la corriente de la opinión pública especialmente del oeste y el medio oeste del país. Las nuevas relaciones interamericanas planteadas por Roosevelt forman parte entonces de la propuesta americana orientada a superar la crisis del antiguo sistema internacional de matriz europea. La idea de fondo del presidente Roosevelt consiste en crear nuevos mecanismos institucionales flexibles, capaces de relanzar la colaboración internacional mediante una fuerte presencia estadounidense en el mundo. En última instancia esta estrategia buscaba también tranquilizar a la opinión pública nacional, alarmada por la crisis monetaria, el declive definitivo del patrón oro y la irrupción de las potencias totalitarias, conjunto de factores que podían conducir, como efectivamente ocurrirá, a una nueva guerra mundial.(284, 285)
"La política de buena vecindad con América Latina experimenta la estrategia general del New Deal en una región de vital importancia para los intereses estadounidenses. De hecho, ya en la Conferencia Interamericana de Montevideo de 1933 los Estados Unidos aceptan definitivamente el principio de no intervención defendido por los latinoamericanos, al firmar la declaración según la cual 'ningún Estado tiene derecho a intervenir en los asuntos internos o externos de otro estado'. En consecuencia, los Estados Unidos deben abrogar la cláusula que los autorizaba a intervenir en Cuba y retirar las tropas que mantenían en Haití desde 1916. Al final de cuentas, la presión latinoamericana y la moratoria de la deuda externa terminan por obligar a los Estados Unidos a dejar de lado el proyecto de esfera de influencia en América Latina.
Un factor que sin duda favorece a América Latina en su querella con los Estados Unidos es la reaparición de Alemania e Italia en el escenario latinoamericano en los años treinta. El crecimiento de la influencia alemana e italiana en el subcontinente obedece en parte a la presencia de estas colectividades europeas en los países latinoamericanos, pero sobre todo a la decisión política de esos países de incrementar los intercambios comerciales con Latinoamérica. En una coyuntura internacional marcada por el abandono del patrón oro por parte de todos los países, Alemania e Italia están desarrollando nuevos instrumentos financieros para dinamizar su comercio. Entre ellos cabe señalar el mecanismo de la compensación bilateral, con el cual se minimiza el uso de la divisa dura y se acentúa el papel de los factores complementarios entre países industriales y países productores de bienes primarios. Gran Bretaña, por su parte, intenta mantener a Argentina en su órbita comercial incluyéndola en el sistema de preferencias imperiales que aseguraba a todos los países del Commonwealth la entrada de sus productos en el mercado británico.
Los estados latinoamericanos supieron cómo conciliar las doctrinas nacionalistas con las potenciales ventajas internacionales derivadas de la situación de aguda competencia entre los países industrializados. Y en función de ello los gobiernos del subcontinente consideraron ventajosa la forma de comercio diferido de bienes industriales por productos semielaborados o materias primas, sistema que les permitía mantener bajo control el gasto en divisas. Los Estados Unidos también tuvieron que crear nuevos mecanismo de compensación, puestos en práctica ante la necesidad de salvar la economía cubana afectada por la caída del precio internacional del azúcar y subvencionar por el mismo motivo a los productores nacionales de azúcar de remolacha. Para superar la crisis, Cuba y los Estados Unidos negocian un nuevo tratado comercial (1934) que aumentaba la cuo0ta de azúcar cubano en el mercado estadounidense a cambio de una reducción de los aranceles cubanos para los bienes de importación. Con el objetivo de generalizar esta nueva interacción comercial y financiera, el gobierno de EUA funda en 1934 el Export-Import Bank-Eximbank, una institución crediticia destinada a financiar a medio y largo plazos, con bajas tasas de interés, la compra de bienes intermedios e insumos en los Estados Unidos por parte de los países latinoamericanos.
Así como las potencias totalitarias habían creado el comercio diferido, los Estados Unidos inventan el préstamo vinculado. Además del Eximbank, el gobierno estadounidense impulsa la creación de otras dos instituciones concebidas para ayudar a las economías latinoamericanas, el Fondo de Estabilización del Ministerio del Tesoro (1934), que ofrecía dólares destinados a estabilizar el cambio, y la Agencia Federal de Empréstitos (1939) que facilitaba el suministro de bienes de equipo a las empresas públicas y privadas latinoamericanas. A ello se añadirá, tras el estallido de la segunda Guerra Mundial, la extensión al subcontinente del mecanismo, ya otorgado a Gran Gretaña, del Lease-lend Act, por medio del cual se otorgan préstamos de bienes que luego serán adquiridos por los gobiernos. (...) Entre 1934 y 1941, Eximbank concedió créditos de este tipo por un valor de 306 millones de dóalres.
La asistencia de Roosevelt a la Conferencia Panamericana de Buenos Aires en 1936 hace resaltar la importancia de la nueva política estadounidense. En el curso de la Conferencia se explicita el modelo cultural implícito en la política de buena vecindad y se ponen en marcha los nuevos programas de intercambio cultural destinados a americanizar la formación de intelectuales y técnicos latinoamericanos y a nuetralizar las influencias culturales europeas, especialmente las de los países totalitarios." (285-287)
" (...) el presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) reorganiza con parámetros corporativos el sistema político surgido de la revolución de 1911. Con el respaldo del nuevo partido revolucionario fundado en 1938 y aprovechando el clima favorable a la imagen del nuevo Estado nacionalista y antiimperialista, Cárdenas nacionaliza el petróleo hasta entonces en manos de las grandes compañías internacionales, dando origen a una empresa estatal que aún funciona como tal, Petróleos de México, Pemex. A pesar de las presiones y la propaganda antimexicana de las compañías expropiadas, encabezadas por Standard Oil, que denunciaban a México como un país bolchevique, el gobierno estadounidense se mantiene nuetral y no sólo no rompe relaciones con México ni le aplica sanciones económicas, sino que presiona para que las compañías petroleras negocien un acuerdo directo con el gobierno mexicano, acuerdo alcanzado efectivamente en 1941." (287, 288)
"... tan sólo en 1941 los países de América Central y el Caribe declaran la guerra al Eje; México y Brasil lo hacen en 1942, Colombia y Bolivia en 1943, mientras que Argentina, Chile, Uruguay, Ecuador y Venezuela se deciden a declarar la guerra en 1945, prácticamente cuando el conflicto había terminado." (288)
"...
América Latina se convierte en el laboratorio de las políticas de
la superpotencia estadounidense para los países del Tercer Mundo en
la fase de la guerra fría. Sin embargo, el momento inicial de esta
fase, entre 1943 y 1948, se caracteriza por la persistencia de
antiguos conflictos que se explicitan en la Conferencia Panamericana
de Chapultepec (1945), cuando los delegados latinoamericanos se
oponen enérgicamente a las propuestas estadounidenses orientadas a
liberalizar los intercambios en las áreas americanas, privatizar las
empresas estatales surgidas en el período entre las guerras
mundiales, apoyar la formación de sindicatos libres y adoptar nuevas
políticas comericales para las materias primas. De este
enfrentamiento nace un compromiso, con el cual los estadounidenses
aceptan las políticas nacionalistas a condición de que los
gobiernos latinoamericanos no se aislen excesivamente de la economía
mundial y moderen sus tendencias proteccionistas.
La
política de los Estados Unidos para América Latina y en general
hacia el Tercer Mundo cristaliza a fines de los años cuarenta, a
partir del momento en que se adopta la doctrina de contención del
expansionismo soviético teorizada por George Kennan. En las
relaciones interamericanas dicha doctrina se materializa en el
concepto según el cual para proteger al continente americano de la
ingerencia del bloque soviético los Estados Unidos debían ayudar
económicamente a América Latina sosteniendo los precios de los
bienes primarios exportados por el subcontinente y asegurando la
libre circulación internacional de los productos latinoamericanos;
por su parte los gobiernos latinoamericanos debían comprometerse a
desincentivar las políticas que incitaran a una movilización
política y psicológica de la opinión pública contra los Estados
Unidos.
La
guerra fría y la doctrina de la contención dan origen a un sistema
de relaciones interamericanas que durará hasta los años sesenta,
momento en que los Estados Unidos abandonan la visión
liberal-democrática de Roosevelt." (291, 292)
"La
participación latinoamericana en el nuevo sistema bipolar surgido de
la guerra fría comienza en 1947, al firmarse el tratado de ayuda
mutua entre los países latinoamericanos y los Estados Unidos en el
marco de la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro. En 1951 el
Congreso estadounidense aprueba los programas de asistencia militar,
concretizando así el objetivo principal de la política exterior de
los Estados Unidos, es decir la organización de la seguridad
hemisférica con la participación activa de todos los países del
continente." (292)
Conferencia
de Bogota de 1948 – Se sientan las bases para la creación de la
Organización de Estados Americanos (OEA), que comienza a funcionar
realmente en 1951.
"...
el núcleo de las tensiones que se manifiestan tanto al interior de
la OEA como en las relaciones bilaterales entre los Estados Unidos y
los gobiernos latinoamericanos, las cuales no son más que el reflejo
de la divergencia entre el interés estadounidense centrado
exclusivamente en la seguridad y el interés estadounidense centrado
exlusivamente en la seguridad y el inte´rres latinaomericano que
busca únicamente desarrollar la industra e impulsar el crecimiento
económico. En la lógica del nacionalismo del período 1950-1970,
los latinoamericanos privilegian sólo las ventajas derivadas de la
colaboración económica con los Estados Unidos, mientras que estos
entienden que la cooperación económica depende de la concertación
político-estratégica. El realismo económico latinoamericano
obtiene sus frutos con la creación en 1948, contra la oposición
estadounidense, de una agencia especial para América Latina en el
seno de las Naciones Unidas: la Comisión Económica para América
Latina (CEPAL), con sede en Santiago de Chile." (293)
"En
la Conferencia Panamericana de Caracas (1954), en efecto, todos los
países de la región se comprometen a intervenir militarmente en
caso que un estado americano fuese amenzado por el 'movimiento
comunista internacional". (294)
"En
una reunión informal de ministros de Relaciones Exteriores
latinoamericanos en Washington celebrada en 1958, Brasil, país con
una política exterior muy activa, lanza ofensiva conocida como
Operación Panamericana, proponiendo una mayor colaboración entre
los Estados Unidos y América Latina a fin de mejorar el nivel de
vida de la población y acelerar el crecimiento económico del
subcontinente. El nuevo programa contemplaba la creación de un
organismo financiero para el fomento del desarrollo económico y la
formación de un comité encargado de recomendar las medidas a tomar
para conseguir una mayor cooperación entre los países de la región
y entre éstos y los Estados Unidos. En 1959 se funda el Banco
Interamericano de Desarrollo (BID), en 1960 el presidente Eisenhower
se declara dispuesto a apoyar un programa de desarrollo administrado
por el BID y en 1961 el presidente Kennedy crea la Alianza para el
Progreso, que vinculaba el crecimiento económico a reformas sociales
como la reforma agraria, la modernización de los servicios públicos
y el mejoramiento del tenor de vida de los habitantes de menores
ingresos." (295)
"En
1955 se celebra la primera Conferencia afro-asiática en Bandung, en
la que, sin embargo, los nuevos estados no se alinean con las
superpotencias y reivindican un sitial en la escena mundial,
solicitando además ayuda económica a los países desarrollados. En
1960 los países de África, Asia y América Latina se convierten en
mayoría en la asamblea de la ONU y aceleran el proceso de
descolonización. Entre 1960 y 1973 la mayor parte de los nuevos
Estados concurre a crear el movimiento de los Países No Alineados y
reafirma su posición de equidistancia de los dos bloques. Los Países
No Alineados consigue hacer sentir su voz en distintas conferencias
patrocinadas por las Naciones Unidas y en la Conferencia de Comercio
y Desarrollo (UNCTAD) de 1964 elaboran una plataforma de
reivindicaciones comunes muy similar a las presentadas desde 1948 por
América Latina a través de la CEPAL: ayuda técnica y financiera,
estabilidad de los precios de las materias primas y asistencia social
a los países de más bajos ingresos." (298)
"El
hecho de que los países latinoamericanos no se integren masivamente
al grupo de los No Alineados obedece, por tanto, a un escaso
entusiasmo de la opinión pública por las posiciones neutralistas,
ya que ésta demostraba entre 1960 y 1980 un fuerte resentimiento
antiestadounidense a causa de las constantes interferencias ejercidas
por la superpotencia en los asuntos internos latinoamericanos. A
diferencia de los países asiáticos y africanos no alineados, los
latinoamericanos no asumen posiciones antieuropeas, sino que más
bien intentan en este período un acercamiento a Europa occidental
con el objetivo de contrarrestar la influencia estadounidense. En los
años sesenta el acercamiento a Europa aparece demostrado por los
viajes al subcontinente del presidente francés De Gaulle, de los
presidentes italianos Gronchi y Saragat y del canciller alemán
Adenauer. A partir de esta diplomacia informal se ponen en marcha una
serie de acuerdos destinados a incentivar la diversificación de las
importaciones y exportaciones latinoamericanas, acuerdos que se
traducirán en los años setenta en un sistema de cooperación entre
la Comunidad Económica Europea y los países latinoamericanos.
En
la reactivación de las relaciones euro-latinoamericanas juegan un
papel importante el abandono de la paridad fija dólar-oro y la
crisis del petróleo (1973). En efecto, a partir de este año los
principales países latinoamericanos comienzan a recurrir al mercado
europeo de capitales, que en los años setenta absorbe la consistente
liquidez monetaria generada por los excedentes de los países
productores de petróleo y que es considerado como más flexible y
que genera menos vínculos en los préstamos en relación al mercado
financiero estadounidense. Entre 1973 y 1979 los países
latinoamericanos, especialmente Brasil, México, Venezuela,
Argentina, Chile y Perú, obtuvieron 65000 millones de dólares en
los mercados financieros europeos. Incentivadas por la reactivación
de las relaciones con Europa, las tendencias centrífugas
latinoamericanas se expresan en el gradual abandono de los proyectos
de colaboración interamericana con los Estados Unidos o incluso con
todos los países del subcontinente. Tales proyectos se habían
traducido en los años sesenta en la creación de nuevas
instituciones económicas regionales, como la Asociación
Latinoamericana de Libre Comercio (1969), el Mercado Común
Centroamericano (1969) y el Pacto Andino (1969), organismos que
intentaron, con resultados en verdad modestos, integrar a países con
niveles de desarrollo muy diferentes." (299, 300)
"Los
años sesenta y setenta se caracterizan por un intenso desarrollo de
políticas informales, ya sea entre los estados latinaomericanos como
entre éstos y los Estados Unidos y Europa, y por un retorno a las
relaciones bilaterales entre la potencia americana y los países del
subcontinente. El auge del bilateralismo se verifica en los años
setenta durante la presidencia de Carter, quien prefería resolver
los conflictos negociando directamente con cada país e intentando
circuscribir los problemas sin recurrir a la OEA. Ejemplo de ello es
la negociación con Panamá en 1977 sobre la nacionalización y
neutralidad del canal interoceánico, tema en el que no se consultó
a los demás países latinoamericanos. Lo mismo ocurre con la acción
de contención de la intervención cubana en Angola (1976) y Etiopía
(1978), que los Estados Unidos llevan a cabo sin involucrar a los
aliados del subcontinente.
Los
efectos de la política bilateral se muestran en el gradual
alejamiento estadounidense de la OEA e incluso en la disminución de
su contribución económica al funcionamiento de esta organización
interamericana. Sin embargo, a pesar de la grave crisis financiera
que afecta al organismo, los países latinoamericanos incrementan su
participación en él, hasta el punto de aprobar en 1979, contra la
voluntad de los Estados Unidos, la creación de la corte
interamericana de derechos humanos con sede en San José de Costa
Rica, con la misión de aplicar el tratado interamericano de derechos
humanos aprobado el año anterior. La latinoamericanización de la
OEA es evidente a partir de 1980, cuando la institución comienza a
pronunciarse a favor de la democratización política. En noviembre
de 1980 y por primera vez en su historia, la OEA condena los
regímenes autoritarios argentino, chileno, salvadoreño, haitiano,
paraguayo y uruguayo, por su constante violación de los derechos
humanos, y sólo la amenaza argentina de retirarse de la organización
frena un acuerdo favorable para expulsar a estos países del sistema
interamericano." (300, 301)
"El
proceso de cooperación latinaomericana se orienta así a la
construcción de bloques comerciales y de formas políticas
regionales que favorezcan la integración del subcontinente. En las
últimas décadas han surgido numerosas formas de cooperación
política y entre ellas destacan el grupo Contadora, integrado por
México, Panamá, Colombia y Venezuela, creado para impulsar el
proceso de pacificación en América Central (1983); el grupo de
apoyo a Contadora en el que se incluyen Perú, Brasil, Argentina y
Uruguay (1985); el grupo de Río de Janeiro, compuesto por los once
países que forman el grupo Contadora y el grupo de apoyo (1986); la
integración bilateral entre Argentina y Brasil (1986); el tratado
firmado por Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay para crear el
mercado común de los países del Cono Sur (Mercosur) (1991); el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) firmado por los
EEUU, México y Canadá (1992); el Grupo de los Tres compuesto por
Colombia, México y Venezuela (1994); la Asociación de los Estados
del Caribe (1994). Hasta 1995 los estados americanos había firmado
15 acuerdos de colaboración que involucraban a 30 países, incluído
el acuerdo de los 13 países del mercado común del Caribe
(Caricom)." (310, 311)
"Los
antecedentes del populismo se hallan en el contexto internacional
que, tras la crisis de 1929 y la segunda Guerra Mundial, disuelve las
relaciones multilaterales construídas a partir del último tercio
del siglo XIX gracias a la consolidación del patrón oro, impidiendo
de tal manera la libre circulación de capitales y tecnologías y
dando origen al proteccionismo y al control cambiario, tendencias que
acompañarán la evolución económica latinoamericana hasta finales
de la década del setenta. Se trata entonces de un período en el que
un marco de expectativas sociales crecientes crea la convicción de
que no existen vínculos externos en la definición de las políticas
económicas y que la abundancia de capitales internacionales y el
control cambiario permitirían la implementación de políticas
expansivas. En un comienzo estas nuevas políticas tonificarán
efectivamente las economías, creando condiciones para una aumento de
la demanda global y de la masa salarial y una redistribución del
ingreso." (314)
"...
América Latina no sólo es el área extraeuropea más afectada por
la reestrucuración económica internacional, sino también la región
más perjudicada por la situación de desorden en la economía
mundial. Podemos apreciar además que la reactivación económica
latinoamericana es sin duda la menos dinámica a nivel internacional.
Por otra parte, en los datos relativos al período 1938-1944 se
comprueba que la débil reactivación se explica esencialmente por el
carácter unidimensional de estas economías, cuya fuerza dinámica
reside sólo en el mercado interno. La expansión del consumo
descansa exclusivamente en el fomento de la industria de bienes de
consumo e intermedios, cuya producción sustituye los bienes que
antes se importaban y se expande gracias a la definitiva
monetarización de las áreas rurales obtenida a través de la
reforma agraria y la colonización del territorio.
Sin
embargo, la reactivación económica aparece frenada por una
evolución negativa de las exportaciones que limita la disponibilidad
de divisas necesarias para importar bienes de capital y materias
primas. (317)
"...
el PIB per cápita crece 2.5% anual entre 1950 y 1973,
mientras en el período posterior registra una fuerte disminución
hasta 0.5% anual.
Durante
tres décadas la principal fuerza dinámica del crecimiento
latinoamericano es la producción industrial. Podemos observar, en
efecto, que entre 1940 y 1970 la cuota de la industria en el PIB va
aumentando rápidamente y que especialmente en el período 1945-1972
la producción industrial registra altas tasas de crecimiento. Etre
estas dos fechas se crea entonces un desfase entre el notable aumento
del producto industrial y un modesto crecimiento del PIB, en tanto
que en el período subsiguiente el aumento de la producción
industrial es inferior al del PIB.
El
crecimiento industrial, que en los años sesenta aparecía como la
clave de la transformación económica, no era capaz, sin embargo, de
generar efectos inducidos sobre el desempeño de los demás sectores
económicos." (319, 320)
"En los años treinta concluye una época
en la que la inmigración había contribuído notablemente al
crecimiento de la población. A partir de ese momento el incremento
demográfico depende sólo de factores internos y se acelera
marcadamente después de la segunda Guerra Mundial. De los 107
millones de habitantes de 1930 la población se duplica en los años
sesenta y vuelve a duplicarse a comienzos del siglo XXI. Como podemos
ver en el cuadro, el índice de incremento se eleva entre 1950 y
1970, declina en 1970-1990 y se recupera moderadamente en 1990-2010.
Once de los 20 países latinoamericanos, entre los cuales Brasil,
Colombia, Perú y Venezuela siguen la evolución general, mientras en
cuatro países (Argentina, Cuba, Panamá y Uruguay) la trancisión
demográfica se termina ya en los años cincuenta y en dos países
(Bolivia y Haití) no ha terminado aún.
La disminución de la mortandad había
influído en el crecimiento de la población aún antes de 1930 en
Argentina, Cuba y Uruguay, pero en la mayoría de los países este
factor empieza a declinar sólo después de 1945, fecha que marca el
comienzo de la convergencia demográfica con el modelo occidental,
caracterizada en un primer momento por la disminución de la tasa de
mortandad y la persistencia de las anteriores tasas de natalidad,
factor que determina precisamente el boom demográfico de los
años 1940-1970 y parcialmente el crecimiento de los veinte años
siguientes. Después de los años ochenta, además de continuar la
disminución de la mortandad, la natalidad no disminuye
sustancialmente, con el resultado de que el porcentaje de población
de menor de 15 años es de 42.5% en los años sesenta, de 37.6% en
1985 y se conocerá una consistente disminución en 2010, cuando
representará 27.7%." (354, 355)
"Todavía a comienzos del siglo XX en el
campo y en las minas, e incluso en las ciudades latinoamericanas, se
pagaban salarios en especie o pseudomonedas que sólo podían ser
usadas en las tiendas de las empresas, haciendas o determinados
comerciantes, lo que restringía o anulaba la libertad económica de
los actores sociales. La represión del consumo y la persistencia de
las relaciones de clientelas comenzarán a declinar a partir del boom
demográfico de los años cincuenta y la masiva emigración hacia las
ciudades.
El rápido crecimiento urbano en el primer
tercio del siglo XX se debe tanto a la inmigración externa como a
los flujos migratorios internos del campo a la ciudad. El crecimiento
de ciudades como Sao Paulo, Río de Janeiro y Porto Alegre en Brasil,
Buenos Aires y Rosario en Argentina y Montevideo en Uruguay obedece
sobre todo al aumento de la inmigración europea, mientras que en
Santiago de Chile y Valparaíso, Lima en Perú, Bogotá y
Barranquilla en Colombia y la ciudad de México, Guadalajara y
Monterrey en México el fenómeno se explica esencialmente por la
emigración desde las zonas rurales de los mismos países."
(355, 356)
"La transformación urbana, proceso que
acentúa la occidentalización social de América Latina, tiene lugar
entre 1950 y 1980, período en que los habitantes de las ciudades
pasan de 37 a 69.5% de la población total, con un índice de
crecimiento anual de 4.1%, el doble de la tasa demográfica total y
cuatro veces superior al índice de incremento de la población
rural. Es en esta fase cuando crecen las ciudades intermedias, con
población superior a 100000 habitantes e inferior a dos millones, y
las ciudades metropolitanas con más de dos millones de habitantes.
En 1980 las ciudades intermedias y metropolitanas concentras casi la
mitad -46.2%- de la población latinoamericana total.
(...) la nueva tendencia urbana se extiende en
primer lugar en las áreas meridionales -Uruguay, Argentina y Chile-
y luego en los países grandes y medianos -Brasil, Perú, Venezuela y
México, para llegar finalmente a los países pequeños como Ecuador
y Haití y en general a las Antillas. En ese período las metrópolis
crecen a un ritmo vertiginoso: Bogotá y Caracas a 4.5% anual; Lima,
4.8%; la ciudad de México, 4.5%; Río de Janeiro, 4.7%; Sao Paulo
4%; Santiago de Chile, 5.4%. A pesar del elevado incremento del gasto
social y de las inversiones en infraestructuras urbanas, este proceso
supone un notable deterioro de las condiciones de vida, con una
enorme proliferación de construcción de viviendas provisorias e
ilegales. La población asentada en las barriadas miserables de las
periferias urbanas aumenta de 330000 a 5.6 millones en la ciudad de
México, de 1.4 a 3.3 millones en Lima, de 1.3 a 2.2 millones en
Caracas y de 917 a 3.1 millones en Bogotá. A finales de los años
setenta se estima que un tercio de la población en Uruguay, Chile,
Venezuela y México y casi 50% en Brasil, Paraguay y Guatemala, vive
en asentamientos provisorios." (356, 357)
"No obstante la disminución de las tasas
demográficas, el continente ha seguido reforzando su dimensión
urbana, puesto que la población que vive en ciudades de más de
10000 habitantes aumenta de 65 a 80% entre 1980 y 2000.
(...) la existencia de tres grandes áreas
metropolitanas con más de 10 millones de habitantes, la ciudad de
México, Buenos Aires y Sao Paulo. La misma tendencia metropolitana
se reproduce en las áreas de Bogotá, Lima y Rio de Janeiro, que
concentran a una población de entre cinco y diez millones de
habitantes. Comparadas con la ciudad de México y Sao Paulo, las
demás ciudades latinoamericanas nos parecen relativamente pequeñas,
aunque para los estándares europeos son megalópolis. En 1995
América Latina contaba con once ciudades de más de tres millones de
habitantes y con 43 ciudades de más de un millón de habitantes, de
las cuales 14 están en brasil y ocho en México. En general, las
áreas metropolitanas concentran una proción significativa de las
poblaciones nacionales: buenos Aires, 35% de la población argentina;
Santiago, 35% de la población chilena; La Habana, 20%; Lima, 27%, y
Montevideo, 50.3% de los habitantes de Uruguay." (357)
"La acentuada concentración urbana es,
por lo tanto, el resultado de la crisis de los años ochenta y de la
reestructuración económica llevada a cabo en la última década.
Ambos procesos generan una reorientación del empleo determinada por
la disminución de los puestos de trabajo en el aparato estatal, la
disminución de las inversiones en obras públicas y la
reestructuración industrial. Entre 1980 y 2000 se verifica, además
de nuevas reducciones en la población activa en la agricultura, un
decrecimiento del empleo en la gran industria, un estancamiento en la
pequeña y mediana industria y un incremento constante en el sector
servicios, el cual a mediados de los noventa proporciona empleo a 48%
de la población económicamente activa.
Otros dos cambios en la estructura ocupacional
tienen un impacto importante a nivel social general y urbano en
particular. El primero concierne al rápido aumento del desempleo,
mucho más extendido que en el período 1960-1970, y el segundo es el
fuerte crecimiento de las actividades informales, especialmente en la
construcción y el servicio doméstico, pero también en el comercio
ambulante y en muchas actividades artesanales. Es muy posible que el
trabajo flexible haya favorecido la absorción de mano de obra que el
sector formal no llega a emplear porque las nuevas tecnologías
expulsan fuerza de trabajo. A finales de siglo las actividades
informales proporcionan trabajo a 30-40% de la población activa
latinoamericana, de lo que se deduce entonces que, a diferencia de lo
que ocurría hasta los años ochenta, el sector informal ya no
consiste en la actividad de un genérico subproletariado que tiene
que conformarse con un subempleo, sino que es una forma de trabajo
que ocupa desde las clases medias a las clases populares, ya que
muchas actividades de este sector generan ingresos personales
comparables y a veces superiores a los de la economíaformal, con la
diferencia de que se trata de trabajos inestables y sin ninguna
seguridad social.
El dato que acerca la realidad laboral
latinoamericana a la situación que se ha creado en todo el mundo es
la pérdida de la seguridad y continuidad en el trabajo y la
disminución del porcentaje de mano de obra protegida por
instituciones de seguridad social. Esto ocurre no sólo a causa de la
creciente masa de trabajadores empleados en el sector informal sino
también por la tendencia de las empresas del sector formal a
contratar trabajadores a tiempo determinado y ocasionales a fin de
mantener los salarios bajos y reducir el costo del trabajo. Aunque no
se dispone de mayor información al respecto, esta tendencia estaría
favorecida también por la creciente inserción de las mujeres en el
mercado laboral y por factores como la constante reestructuración de
las empresas que buscan adquirir competitividad en los mercados
nacionales e internacionales, y la pérdida de influencia de los
sindicatos en el mercado de trabajo, rasgo típico de la nueva
democracia de baja intensidad que caracteriza al subcontinente."
(361, 362)
"La
occidentalización de la política es también un proceso de
discontinuidad en la continuidad, en cuanto condicionado de una parte
por las transformaciones en la interacción entre dimensión nacional
y dimensión internacional y, de otra, por los cambios ideolóticos,
la demanda política y las reivindicaciones de los actores políticos.
Puede definirse la primera fase de
este proceso, el populismo predominante en el período 1930-1960,
como la reacción nacionalista a las dificultades internacionales y
como una respuesta a las demandas de derechos colectivos. La
segunda, la fase autoritaria predominante entre los años setenta y
ochenta, muestra una limitada
apertura a la dimensión internacional que busca favorecer
exclusivamente a los grupos de interés de la burguesía. Por último,
la tercera fase de carácter democrático, se manifiesta a partir de
los años noventa e impulsa la
convergencia del subcontinente en el contexto de las democracias
occidentales." (363)
"La contribución del populismo a la
democratización no es a fin de cuentas muy significativa, y podemos
constatar que cuando el populismo entra en crisis, a finales de los
años sesenta, sus exponentes más relevantes apoyan a los gobiernos
autoritarios encabezados por los militares. De hecho el autoritarismo
militar de los años setenta y ochenta es una demostración de que
las transformaciones políticas producidas en la época populista no
lograron eliminar los comportamientos tradicionales de las clases
altas y de una parte de la clase media, que había sido la principal
beneficiada por las medidas definidas como modernizadoras llevadas a
cabo por el populismo." (367)
"... en la época de las reformas
electorales que van progresivamente derogando la restricción del
analfabetismo (Argentina en 1912, Uruguay en 1918, Colombia en 1936,
Venezuela en 1947, Costa Rica en 1949, Chile en 1970, Perú en 1979 y
Brasil en 1985) y convirtiendo el voto en un derecho-deber. A su vez,
a partir de los años treinta se extienden los derechos políticos a
la población femenina (Brasil y Uruguay en 1932, Venezuela en 1945,
Argentina en 1947, Chile y Costa Rica en 1949, Colombia en 1954 y
Perú en 1979)." (368)
"... la mayor expansión electoral
corresponde al período entre 1937 y 1960, o sea durante el
populismo, y a partir de 1980, en la fase de la democratización."
(368)
"La presencia militar en la vida política
del siglo XX se ha manifestado a través de dos formas: la vía
pretoriana, mediante la cual algunos sectores militares se alían con
grupos civiles con el objetivo de controlar el gobierno, y la vía
autoritaria, en la que el poder político es monopolizado por la
institución militar, con la participación de grupos tecnocráticos
y empresariales. La forma pretoriana predomina en los años treinta y
en menor medida en la década subsiguiente, mientras la autoritaria
se impone en los años setenta y ochenta. Una característica común
de ambas es el debilitamiento del orden constitucional mediante la
suspensión por períodos más o menos prolongados de las garantías
constitucionales, limitaciones al poder judicial y un fuerte control
del poder legislativo.
En los años 1928-1934 la mitad de los países
latinoamericanos, entre los cuales Argentina, Brasil, Chile, Peru,
Venezuela y las naciones de América Central, se hallan sometidos a
gobiernos encabezados o condicionados por militares. El fenómeno se
reproduce entre 1944 y 1946, afectando principalmente a los países
centroamericanos (Honduras, Nicaragua, El Salvador), de las Antillas
(Cuba y Santo Domingo) y a un país de América meridional, Paraguay,
todos los cuales permanecen bajo tutela militar hasta 1955.
Una nueva oleada de golpes y regímenes
militares sobreviene entre 1960 y 1973 y afecta no sólo a los países
centroamericanos sino también a Argentina, Perú, Ecuador, Brasil,
Bolivia y Chile, países que seguirán bajo gobiernos castrenses
hasta mediados de los años ochenta. Esta última fase autoritaria
presenta dos características que la diferencian de las anteriores:
es instaurada por la institución militar con el objetivo de oponerse
a la eventual expansión soviética y del comunismo revolucionario, y
goza del apoyo o tolerancia militar y política de parte de los
Estados Unidos." (375, 376)
"... los derechos sociales y colectivos
... la primera constitución latinoamericana que los contempla es la
mexicana de 1917, la cual servirá como modelo para las reformas
constitucionales de otros países latinoamericanos. La Constitución
mexicana contiene dos artículos fundamentales al respecto. El
artículo 27 atribuye el derecho prioritario de propiedad a la nación
misma y se reserva la propiedad del subsuelo, en virtud de los cual
la propiedad privada puede ser expropiada y el subsuelo puede ser
concedido en concesión a empresas mexicanas o extranjeras. Gracias a
esta norma constitucional los gobiernos populistas mexicanos lograron
realizar una imponente reforma agraria que distribuyó 19 millones de
hectáreas a unas 800000 familias campesinas entre 1934 y 1940,
pudiendo además nacionalizar el petróleo en cuanto recurso
estratégico para la industrialización y el desarrollo económico
del país. La segunda norma constitucional, el artículo 123, hace
posible la regulación del trabajo estableciendo un salario mínimo,
la duración de la jornada laboral, control sobre el trabajo de
menores de edad y mujeres, derechos sindicales y de huelga y una
forma de arbitraje entre empresas y trabajadores para la solución de
los conflictos. Este texto, dividido en treinta apartados, influyó
en la redacción de las normas que la Organización Internacional del
Trabajo comenzaría a defender y propagar algunos años más tarde.
Las conquistas sociales se difunden
rápidamente en América Latina entre los años veinte y cuarenta y
las normas constitucionales no de quedan en el papel, porque las
nuevas organizaciones y partidos de masas presionan a los gobiernos
por su aplicación. A fines de los años cincuenta todos los países
del subcontinente cuentan con una legislación social progresista y
con instituciones que la ponen en práctica. En consecuencia entre
los años 1930 y 1960 los países latinoamericanos son los únicos
del Tercer Mundo que disponen de normas e instituciones sociales
occidentales. Las nuevas leyes laborales modernizan del derecho
familiar, permitiendo que las mujeres adquieran sus plenos derechos
individuales, incluída la patria potestad, premisa de sus futuros
derechos políticos.
El proceso de extensión de los derechos
sociales encuentra un límite en las áreas rurales y entre los
trabajadores informales no sindicalizados de las ciudades,
aproximadamente la mitad de la población activa total. Otra
limitación reside en la relativa vigencia de las garantías
individuales a causa de los graves defectos del sistema judicial,
subordinado muchas veces al ejecutivo y perjudicado por el mermado
gasto público destinado a este poder del Estado. Esto explica las
frecuentes arbitrariedades de los aparatos administrativos locales,
regionales y nacionales en perjuicio de los ciudadanos, los arrestos
arbitrarios, las viiolaciones de la libertad individual y del derecho
de propiedad. La escasa implantación de la justicia civil, penal,
administrativa y laboral afecta tanto a los derechos individuales
como colectivos y delata la insuficiente independencia del poder
judicial." (377, 378)