"La
crisis capitalista de 1929 se hizo sentir tarde y en forma
amortiguada en Uruguay. A través de la ventana tradicional de las
variaciones del comercio internacional y la dependencia financiera,
sus efectos comenzaron a impactar con fuerza evidente hacia 1931.
Como ya había ocurrido anteriormente en 1913, las consecuencias de
la crisis se asociaron en el corto plazo con la radicalización de un
segundo impulso reformista en las políticas públicas, una fuerte
reacción conservadora y una polarización política y social. Sin la
posibilidad de que un arbitraje electoral moderara la disputa, como
había acontecido en 1916, el sistema de partidos se dividió en
forma transversal, con batllistas netos y
nacionalistas independientes de
un lado y riveristas y
herreristas del otro,
con la tercería marginal de la izquierda política y de los
sindicatos, tan debilitados como divididos. En ese marco, Gabriel
Terra demostró muy pronto que no era el 'presidente guardia civil'
con el que en abstracto había soñado Batlle y Ordoñez, al
pretender justificar el híbrido de la Constitución de 1919, tras el
pacto con el nacionalismo anticolegialista. Así pudo probarse que la
Constitución de 1919 no tenía soluciones previstas para la
hipótesis de una confrontación radical de posiciiones entre los dos
polos del 'Ejecutivo bicéfalo': el presidente (que controlaba la
fuerza) y el Consejo Nacional de Administración (que disponía la
orientación de las políticas públicas esenciales).
El 31
de marzo de 1933, Terra dio formalmente el golpe de Estado, contando
con el respaldo de herreristas y riveristas, el apoyo operativo de la
policía y la aquiescencia cómplice del ejército, al que
previamente había 'expurgado' de generales batllistas. Al fundar lo
que calificó como una 'dictablanda', Terra disolvió el Consejo y el
Parlamento pero de inmediato convocó a las urnas para plebiscitar
una nueva Constitución y legitimar a través de comicios a las
nuevas autoridades. La mayoría de la oposición al golpe de Estado
reaccionó con la abstención electoral, en procura de quitar
legitimidad al régimen emergente.
En
1934, meses después del golpe de Estado, Gabriel Terra fue
ratificado como presidente de la República por parte de la Asamblea
General Constituyente, en procura de restablecer su legitimidad
institucional, que la
oposición persistió en cuestionar. Los cambios en la Constitución
definieron una nueva institucionalidad, más ajustada a la nueva
ecuación de poder: se estableció un Poder Ejecutivo dúplex,
con un presidente que retomaba poderes pero que contaría con un
gabinete ministerial de integración coparticipativa; se creaba el
llamado 'Senado del medio y medio'
para confirmar el acuerdo entre terristas y herreristas; se
incorporaban nuevos derechos sociales; al tiempo que se dejaban de
lado algunas propuestas coporativistas, impulsadas por sectores más
ultristas que también habían apoyado el golpe y que miraban con
expectativas el ascenso del fascismo en Europa. Pese a lo que muchos
esperaban y a que los sectores que apoyaban la dictadura controlaban
cómodamente a la Asamblea Constituyente, no hubo respaldo para una
refundación institucional."
Caetano, G. en Caetano,
G. (Dir.) Marchesi, A., Markarian, V., Yaffé, J. (Coord.) (2016)
Uruguay. En busca del desarrollo entre el autoritarismo y
la democracia. Tomo III – 1930/2010.
Montevideo: Ed. Planeta. pp.
37 – 39
"La
crisis expresada por el golpe de Estado de Gabriel Terra se daba en
el contexto de una América Latina conmovida por la crisis
capitalista, con una verdadera cascada de golpes militares, que
iniciaban dictaduras tan férreas en lo represivo como conservadoras
en lo político y social. La dictadura terrista surgió en cambio de
una crisis mucho más referida a una disputa inconciliable dentro del
sistema político que a su quiebre y su desborde protagonizado por
militares golpistas. De todos modos, el golpe de Estado contó con el
respaldo decidido de las cámaras empresariales, unificadas en el
llamado 'Comité Nacional de Vigiliancia Económica', fundado en
1929. No hubo aquí esos liderazgos militares y esas constelaciones
antipartidistas que constituyeron la punta de lanza de la gran
mayoría de las dictaduras civil-militares que por entonces se
desplegaron por casi toda América Latina. En su lugar se dio un
golpe palaciego -no por ello menos repudiable en tanto quiebre de la
institucionalidad legítima-, que impulsó una reorientación
conservadora aunque moderada en las políticas públicas.
La
política económica del terrismo mantuvo el dirigismo económico y
una conducción estatista, aunque orientada a fortalecer el
protagonismo del sector privado nacional y extranjero. Se continuó
con las pautas industrialistas de un proteccionismo particularista,
al tiempo que comenzaron a aplicarse en forma poco ortodoxa
estrategias de control monetario orientadas a favorecer la
rentabilidad empresarial. En las políticas sociales se consolidó el
freno a las reformas y se aplicaron políticas restriccionistas
frente a la inmigración 'indeseable', el Estado mantuvo su papel
como gran empleador,
se continuaron políticas asistencialistas dirigidas a los sectores
populares, se implantó un régimen de libertad salarial moderado y
se verificó una ampliación del régimen jubilatorio, aunque de
acuerdo a pautas conservadoras. Pese a los reclamos empresariales, el
gobierno no aceptó impulsar la reglamentación de la acción
sindical. En materia de política exterior se consolidó la apuesta
panamericanista, se confirmó una mejora sustancial en las
relaciones con Inglaterra (dejando atrás toda propuesta
nacionalizadora que pueda ser vista como amenazante), se reforzaron
las relaciones con Argentina y Brasil. Sin embargo, como señal de
reorientación conservadora, se efectivizó la ruptura de relaciones
diplomáticas con la URSS (1935) y con la República Española al
inicio mismo de la Guerra Civil (1936), al tiempo que se
profundizaron como nunca las relaciones políticas y comerciales con
la Alemania nazi y la Italia fascista." (40,
41)
"El
régimen terrista reprimió a la oposición y persiguió disidencias
tanto políticas como sociales. Pero desde su origen no ocultó su
base partidista, a través de las fracciones que le dieron sustento y
concurso para el ejercicio del gobierno. Dicho de un modo más
simple: ni el golpe, ni la Constitución de 1934 (iniciadora, para el
oficialismo, de la tercera república y para la oposición, de
una república de tercera), ni la gestión de gobierno
-novedosa en algunos campos, continuista en otros- fueron obra de un
actor político no partidario, ajeno al sistema hasta entonces
disponible. Como vimos, no se dio el liderazgo de fuerzas o
coaliciones alternativas (como lo ejércitos asociados a
grupos económicos dominantes, tan comunes en la América Latina de
la época). Los partidos fueron seriamente afectados en su vida
interna y pública, pero pocas veces fueron impugnados de raíz (por
ejemplo desde ciertas pretensiones fascistizantes presentes pero de
escaso predicamento) como los actores legítimos de gobierno.
En
contrapartida, las divisiones internas preexistentes se profundizaron
y operaron incluso como marcas de identidad de las fracciones de
ambos partidos tradicionales ante la ciudadanía. Las oposiciones se
consagraron en torno a polaridades vinculadas con la coyuntura: pro
terristas y anti terristas; concurrrencistas y
abstencionistas; colaboracionistas u opositores;
incluso aliadófilos y neutralistas, para mostrar
algunas claves internacionales muy relevantes en el trámite de la
restauración democrática. Ninguna de estas dialécticas ocurrió
afuera de los partidos, por más que la vida de sus asambleas
estuviera vedada o restringida.
La
división de batllistas y antibatllistas era desde luego mucho más
antigua y compleja que el episodio terrista. Solo que la dictadura la
organizó de un modo más dramático, aunque de todas formas
institucionalizado y previsible, permitiendo a cada sector el
cumplimiento de un rol en el sistema. La división entre
herrerismo y nacionalismo independiente también tenía raíces más
lejanas, ya presentes tal vez en la misma tensión constitutiva de la
síntesis entre lo blanco y lo nacionalista. Mientras
tanto, los partidos de izquierda y los sindicatos, como había
ocurrido el día del golpe, no pudieron trascender sus debilidades y
su marginación relativa, pese a sus intentos de convergencia
política finalmente fracasados. La dictadura terrista derivó -de
modo principal aunque no únicamente- de los partidos tradicionales,
al tiempo que también los dividió con profundidad inédita desde
comienzos de siglo. Catalizó definiciones, estilos y liderazgos que
trascendieron el período propiamente dictatorial y que resultaron
imprescindibles para explicar procesos posteriores tales como la
lucha por el liderazgo de Luis Batlle o la tardía victoria
del Partido Nacional en 1958." (41 – 43)
terrismo necesito no terrorismo
ResponderEliminarDesearia conocer las obras que se comenzaron o hicieron integramente durante el mandto del Dr. Gabriel Terra, pues supe de muchas que nunca oigo nombrar actualmente como de su autoria. Gracias.
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