viernes, 5 de agosto de 2016

Terrismo. La perspectiva de Caetano.

"La crisis capitalista de 1929 se hizo sentir tarde y en forma amortiguada en Uruguay. A través de la ventana tradicional de las variaciones del comercio internacional y la dependencia financiera, sus efectos comenzaron a impactar con fuerza evidente hacia 1931. Como ya había ocurrido anteriormente en 1913, las consecuencias de la crisis se asociaron en el corto plazo con la radicalización de un segundo impulso reformista en las políticas públicas, una fuerte reacción conservadora y una polarización política y social. Sin la posibilidad de que un arbitraje electoral moderara la disputa, como había acontecido en 1916, el sistema de partidos se dividió en forma transversal, con batllistas netos y nacionalistas independientes de un lado y riveristas y herreristas del otro, con la tercería marginal de la izquierda política y de los sindicatos, tan debilitados como divididos. En ese marco, Gabriel Terra demostró muy pronto que no era el 'presidente guardia civil' con el que en abstracto había soñado Batlle y Ordoñez, al pretender justificar el híbrido de la Constitución de 1919, tras el pacto con el nacionalismo anticolegialista. Así pudo probarse que la Constitución de 1919 no tenía soluciones previstas para la hipótesis de una confrontación radical de posiciiones entre los dos polos del 'Ejecutivo bicéfalo': el presidente (que controlaba la fuerza) y el Consejo Nacional de Administración (que disponía la orientación de las políticas públicas esenciales).
El 31 de marzo de 1933, Terra dio formalmente el golpe de Estado, contando con el respaldo de herreristas y riveristas, el apoyo operativo de la policía y la aquiescencia cómplice del ejército, al que previamente había 'expurgado' de generales batllistas. Al fundar lo que calificó como una 'dictablanda', Terra disolvió el Consejo y el Parlamento pero de inmediato convocó a las urnas para plebiscitar una nueva Constitución y legitimar a través de comicios a las nuevas autoridades. La mayoría de la oposición al golpe de Estado reaccionó con la abstención electoral, en procura de quitar legitimidad al régimen emergente.
En 1934, meses después del golpe de Estado, Gabriel Terra fue ratificado como presidente de la República por parte de la Asamblea General Constituyente, en procura de restablecer su legitimidad institucional, que la oposición persistió en cuestionar. Los cambios en la Constitución definieron una nueva institucionalidad, más ajustada a la nueva ecuación de poder: se estableció un Poder Ejecutivo dúplex, con un presidente que retomaba poderes pero que contaría con un gabinete ministerial de integración coparticipativa; se creaba el llamado 'Senado del medio y medio' para confirmar el acuerdo entre terristas y herreristas; se incorporaban nuevos derechos sociales; al tiempo que se dejaban de lado algunas propuestas coporativistas, impulsadas por sectores más ultristas que también habían apoyado el golpe y que miraban con expectativas el ascenso del fascismo en Europa. Pese a lo que muchos esperaban y a que los sectores que apoyaban la dictadura controlaban cómodamente a la Asamblea Constituyente, no hubo respaldo para una refundación institucional."
Caetano, G. en Caetano, G. (Dir.) Marchesi, A., Markarian, V., Yaffé, J. (Coord.) (2016) Uruguay. En busca del desarrollo entre el autoritarismo y la democracia. Tomo III – 1930/2010. Montevideo: Ed. Planeta. pp. 37 – 39

"La crisis expresada por el golpe de Estado de Gabriel Terra se daba en el contexto de una América Latina conmovida por la crisis capitalista, con una verdadera cascada de golpes militares, que iniciaban dictaduras tan férreas en lo represivo como conservadoras en lo político y social. La dictadura terrista surgió en cambio de una crisis mucho más referida a una disputa inconciliable dentro del sistema político que a su quiebre y su desborde protagonizado por militares golpistas. De todos modos, el golpe de Estado contó con el respaldo decidido de las cámaras empresariales, unificadas en el llamado 'Comité Nacional de Vigiliancia Económica', fundado en 1929. No hubo aquí esos liderazgos militares y esas constelaciones antipartidistas que constituyeron la punta de lanza de la gran mayoría de las dictaduras civil-militares que por entonces se desplegaron por casi toda América Latina. En su lugar se dio un golpe palaciego -no por ello menos repudiable en tanto quiebre de la institucionalidad legítima-, que impulsó una reorientación conservadora aunque moderada en las políticas públicas.
La política económica del terrismo mantuvo el dirigismo económico y una conducción estatista, aunque orientada a fortalecer el protagonismo del sector privado nacional y extranjero. Se continuó con las pautas industrialistas de un proteccionismo particularista, al tiempo que comenzaron a aplicarse en forma poco ortodoxa estrategias de control monetario orientadas a favorecer la rentabilidad empresarial. En las políticas sociales se consolidó el freno a las reformas y se aplicaron políticas restriccionistas frente a la inmigración 'indeseable', el Estado mantuvo su papel como gran empleador, se continuaron políticas asistencialistas dirigidas a los sectores populares, se implantó un régimen de libertad salarial moderado y se verificó una ampliación del régimen jubilatorio, aunque de acuerdo a pautas conservadoras. Pese a los reclamos empresariales, el gobierno no aceptó impulsar la reglamentación de la acción sindical. En materia de política exterior se consolidó la apuesta panamericanista, se confirmó una mejora sustancial en las relaciones con Inglaterra (dejando atrás toda propuesta nacionalizadora que pueda ser vista como amenazante), se reforzaron las relaciones con Argentina y Brasil. Sin embargo, como señal de reorientación conservadora, se efectivizó la ruptura de relaciones diplomáticas con la URSS (1935) y con la República Española al inicio mismo de la Guerra Civil (1936), al tiempo que se profundizaron como nunca las relaciones políticas y comerciales con la Alemania nazi y la Italia fascista." (40, 41)

"El régimen terrista reprimió a la oposición y persiguió disidencias tanto políticas como sociales. Pero desde su origen no ocultó su base partidista, a través de las fracciones que le dieron sustento y concurso para el ejercicio del gobierno. Dicho de un modo más simple: ni el golpe, ni la Constitución de 1934 (iniciadora, para el oficialismo, de la tercera república y para la oposición, de una república de tercera), ni la gestión de gobierno -novedosa en algunos campos, continuista en otros- fueron obra de un actor político no partidario, ajeno al sistema hasta entonces disponible. Como vimos, no se dio el liderazgo de fuerzas o coaliciones alternativas (como lo ejércitos asociados a grupos económicos dominantes, tan comunes en la América Latina de la época). Los partidos fueron seriamente afectados en su vida interna y pública, pero pocas veces fueron impugnados de raíz (por ejemplo desde ciertas pretensiones fascistizantes presentes pero de escaso predicamento) como los actores legítimos de gobierno.
En contrapartida, las divisiones internas preexistentes se profundizaron y operaron incluso como marcas de identidad de las fracciones de ambos partidos tradicionales ante la ciudadanía. Las oposiciones se consagraron en torno a polaridades vinculadas con la coyuntura: pro terristas y anti terristas; concurrrencistas y abstencionistas; colaboracionistas u opositores; incluso aliadófilos y neutralistas, para mostrar algunas claves internacionales muy relevantes en el trámite de la restauración democrática. Ninguna de estas dialécticas ocurrió afuera de los partidos, por más que la vida de sus asambleas estuviera vedada o restringida.

La división de batllistas y antibatllistas era desde luego mucho más antigua y compleja que el episodio terrista. Solo que la dictadura la organizó de un modo más dramático, aunque de todas formas institucionalizado y previsible, permitiendo a cada sector el cumplimiento de un rol en el sistema. La división entre herrerismo y nacionalismo independiente también tenía raíces más lejanas, ya presentes tal vez en la misma tensión constitutiva de la síntesis entre lo blanco y lo nacionalista. Mientras tanto, los partidos de izquierda y los sindicatos, como había ocurrido el día del golpe, no pudieron trascender sus debilidades y su marginación relativa, pese a sus intentos de convergencia política finalmente fracasados. La dictadura terrista derivó -de modo principal aunque no únicamente- de los partidos tradicionales, al tiempo que también los dividió con profundidad inédita desde comienzos de siglo. Catalizó definiciones, estilos y liderazgos que trascendieron el período propiamente dictatorial y que resultaron imprescindibles para explicar procesos posteriores tales como la lucha por el liderazgo de Luis Batlle o la tardía victoria del Partido Nacional en 1958." (41 – 43)

2 comentarios:

  1. Desearia conocer las obras que se comenzaron o hicieron integramente durante el mandto del Dr. Gabriel Terra, pues supe de muchas que nunca oigo nombrar actualmente como de su autoria. Gracias.

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