Economía
durante el Terrismo
El
avance de la regulación a partir de los treinta
Con
respecto al sector agropecuario las medidas impulsadas intensificaron
el tono regulador puesto de manifiesto al final de los años veinte.
La creación del Ministerio de Ganadería y Agricultura en 1935 fue
la expresión institucional de la prioridad que el régimen terrista
asignó al sector agropecuario. En su órbita funcionaron diversos
organismos de estímulo a la producción.
Ante
los efectos de la crisis sobre el agro, y teniendo en cuenta el apoyo
prestado por los ganaderos al golpe de estado, se rebajó la
contribución inmobiliaria rural, se suspendió la amortización de
los prestamos contraídos por los ganaderos con el Banco Hipotecario
y, lo que fue muy favorable para los exportadores, se devaluó la
moneda (1935 y 1938) y se les fijó un tipo de cambió más
favorable.
Fue
notorio el aumento gradual de la intervención estatal en la
comercialización de la producción. En 1935 se firmó un Convenio
comercial con el Reino Unido (Convenio Cosio- Runciman) que aseguró
una cuota en el mercado británico a las carnes uruguayas. Además se
firmaron acuerdos comerciales de canje con Alemania e Italia. A
partir de 1939 se centralizó en el Ministerio de Ganadería, del que
pasó a depender la Comisión de Carnes, todo lo relativo a su
exportación. (...)
En
relación al sector industrial se continuó con la tradicional
apuesta proteccionista del batllismo, elevando aranceles y
estableciendo prohibiciones para la importación de productos
competitivos con la producción nacional y se volvió al expediente
de los privilegios industriales para promover el desarrollo de nuevas
iniciativas y la modernización de las existentes, aprobándose en
1930 una nueva ley al respecto. El establecimiento en 1931 del
Control de Cambios, abrió un nuevo eje para la promoción de la
industria en tanto el Estado contó, a partir de entonces, con un
instrumento que le permitió asignar divisas, imprescindibles para
las importaciones que la industria requería.
La
creación de ANCAP en 1931 y la inauguración de la usina
termoeléctrica “José Batlle y Ordónez”, tuvieron fuertes
conexiones con la política industrial. En 1937, culminaron las obras
de la refinería de La Teja y en el mismo año se inició la
construcción de la represa de Rincón del Bonete.
El
terrismo no rompió en éste, como en muchos otros campos de la
política económica, con la línea de promoción industrial
desplegada por el CNA, aún cuando el advenimiento de la dictadura
estuvo fuertemente asentado en el apoyo del sector ganadero a través
de sus expresiones gremiales y políticas.
Al
Control de Cambios se le agregó el Contralor de Importaciones,
fortaleciendo de esa forma la capacidad de regulación estatal
respecto al monto y al tipo de productos que se importaban. Cuando en
1941 se estableció el Contralor de Exportaciones e Importaciones, se
completó el conjunto de organismos y reglamentaciones a través de
los cuales el Estado desplegó en los años
siguientes una cada vez más afinada regulación del comercio
exterior y, por medio de ella, una creciente transferencia de
recursos orientada al estímulo de la diversificación productiva y
de la distribución del ingreso.
En
el comercio exterior, la creación del Contralor de Exportaciones e
Importaciones (Ley Nº 10.000 de 10 de enero de 1941) marcó el punto
culminante de una acumulación institucional iniciada a comienzos de
los años treinta, que marca, a su vez, una llamativa continuidad en
las políticas del CNA [Consejo Nacional de Administración], el
terrismo y el neobatllismo con referencia al sector. Las atribuciones
del Contralor comprendían: el control de la operaciones de compra y
venta con el exterior, fiscalizando el valor de las mismas, así como
su origen o destino; la concesión de permisos de importación de
acuerdo a cierto orden de prioridades (materias primas para alimentos
indispensables, para la salud y los servicios públicos, maquinarias,
repuestos, etc.); la asignación individual del cambio a los
importadores contemplando sus necesidades, el personal ocupado, etc.;
y la fijación del tipo de cambio para los importadores (según los
mismos criterios) y para los exportadores. La política monetaria y
cambiaria estaba estrechamente vinculada con la regulación del
comercio exterior. La convertibilidad oro del peso uruguayo
suspendida en 1914 nunca fue restablecida. Cuando, en 1935, se puso
en marcha el primero de los “revalúos” se “respaldó” una
nueva emisión monetaria destinada a cubrir deuda pública, apoyar al
sector exportador y desarrollar políticas de empleo.
En
1938 se puso en marcha el “segundo revalúo”, al mismo tiempo que
se autorizó una nueva emisión monetaria destinada a cubrir el
déficit presupuestal, o pagar servicios de deuda y a realizar obras
públicas. En este mismo año fue aprobada una ley por la que se
reglamentaba la actividad de los bancos privados. Durante la Segunda
Guerra Mundial, se
reforzó
el papel de autoridad monetaria del Poder Ejecutivo y los problemas
generados por los flujos monetarios hacia el exterior en la inmediata
posguerra impulsaron nuevas definiciones en cuanto al manejo de los
asuntos monetarios.
Por
último, en lo que tiene que ver con el mercado de trabajo, en los
años treinta no hubo regulación salarial propiamente dicha, con la
única excepción de la industria frigorífica que tuvo salario
mínimo estipulado por ley sancionada en 1930. Hasta 1943, los
salarios de la actividad privada se fijaban en el libre juego del
mercado. A partir de ese año, con la
promulgación
de la ley que estableció los Consejos de Salarios y Asignaciones
Familiares, se montó un complejo andamiaje institucional al servicio
de la regulación salarial. La ley asignó a estos consejos la
fijación de un salario mínimo que asegurase la satisfacción de las
necesidades físicas e intelectuales, a través de la negociación de
las partes con la mediación del Estado. Los sueldos mínimos de los
empleados públicos y trabajadores rurales que quedaban fuera del
mecanismo de negociación tripartita del salario, se fijaban por ley.
En los años cuarenta la regulación del costo de la fuerza de
trabajo se completó con el antes mencionado control de precios de
artículos de primera necesidad y de los alquileres.
Mientras
que el Contralor fue el instrumento mediante el cual se canalizó la
transferencia de recursos desde el sector agro-exportador hacia el
sector industrial y el propio Estado, los Consejos habilitaron la
transferencia de ingreso desde el sector empresarial urbano hacia los
asalariados. Por otra parte el Estado, a través de sus políticas
sociales (educación, salud, vivienda, seguridad social,
alimentación) y de su dominio industrial y comercial, se volvió él
mismo un vehículo de las transferencias de ingreso hacia los
trabajadores rurales y urbanos.
Al
considerar los efectos de las regulaciones salariales sobre el nivel
de vida de la población, no puede dejar de considerarse la evolución
de las políticas sociales a lo largo del período.
Frente
a la desocupación de los primeros años treinta, el terrismo
promovió la realización de obras públicas y, en términos más
generales, se expandió el empleo público. Además, el régimen
promovió diversas medidas paliativas de la grave situación social
(precios tarifados y subsidios, rebajas de arrendamientos, comedores
populares, expendios municipales).
Todas
estas medidas fueron la contracara del autoritarismo y la represión
impuesta a la acción sindical, dando vía libre a la persecución
desplegada por las patronales, que dejó sin defensas a los sectores
asalariados frente a la notable caída del salario real durante la
dictadura.
(Instituto
de Economía: “El Uruguay del siglo XX. La Economía”, EBO –
Instituto de Economía, 2003,
págs.
53 – 59)
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